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Jorge Dezcallar

Barcelona, te quiero

En estos momentos de dolor en los que hemos sido atacados por terroristas islamistas, quiero dejar testimonio de que mi corazón está con las víctimas y con los miles de pacíficos ciudadanos que paseaban por Las Ramblas el 17 de agosto. Y también con el resto de seres humanos que tenemos la dignidad de llorar con el dolor ajeno al mismo tiempo que reafirmamos los valores en los que creemos. Y por eso hago mío el grito "No tinc por" con el que han reaccionado los barceloneses frente a quiénes siembran lágrimas en lugar de sonrisas y quieren cambiar su vida con el terror y la muerte.

No diré que estos ataques se esperaban porque no es cierto, pero todos éramos conscientes de que una cosa así podía ocurrirnos en cualquier momento después de crímenes similares en otras ciudades europeas y tras haber frustrado el CNI y las Fuerzas de Seguridad del Estado otros intentos a lo largo de los últimos años. Con ellos ha acabado una cierta excepcionalidad española en un entorno europeo ensangrentado por el terror de forma creciente desde 2014.

El atentado podía haber sido mucho peor si los terroristas hubieran llevado a cabo sus planes iniciales, pero al perder líder y explosivos en Alcanada decidieron no esperar más y pasar a la acción con el método simple y directo de atropellar a gente tranquila que paseaba por Las Ramblas, algo que ya se había utilizado con éxito en Niza, Londres, Estocolmo, Berlín o París aunque la moda comenzara en Israel. Y ahora le ha tocado a ese paseo del que decía García Lorca que es "la única calle de la tierra que yo desearía que no acabara nunca, rica en sonidos, abundante en brisas, hermosa en encuentros, antigua de sangre".

Tiempo habrá para analizar las razones por las que el atentado ha podido tener éxito, algo que se debe hacer, pero antes deseo felicitar a las Fuerzas de Seguridad y en particular a los Mossos por su rápida reacción al desmantelar el comando asesino. Esta rapidez recuerda al éxito con el que también operaron cuando el terrible atentado terrorista del 11M, con el que los actuales de Cataluña guardan algunas similitudes.

El Estado Islámico no ha perdido tiempo en atribuírselo. En su fenomenal maquinaria propagandística, estudiada por Javier Lesaca en Armas de seducción masiva (Península, 2017) se pone de relieve cómo los mentores de los terroristas utilizan las técnicas de las mejores series televisivas de Hollywood o de juegos de ordenador para penetrar en las mentes de sus audiencias-objetivo. Y entre los métodos que recomienda El Adnani, ministro de Propaganda del Estado Islámico para vengar sus derrotas en el campo de batalla, están destrozarle a uno la cabeza con una roca, empujarle desde una altura, estrangular, apuñalar con un cuchillo de cocina, o atropellar. No necesitan dinero, contrabandear rifles Kalashnikov ni aprender química para fabricar bombas caseras, ni siquiera ser inteligentes porque no son precisos conocimientos especiales para tirar piedras o acuchillar. Ni casi para conducir. De esta forma inocuos instrumentos de nuestra vida diaria se convierten en armas letales.

Las redes yijadistas aplaudían los muertos de Barcelona y Cambrils al mismo tiempo que nosotros los llorábamos y hay que tomar muy en serio sus amenazas porque es la primera vez que en un vídeo oficial del Estado Islámico aparece un terrorista español, Muhammad, amenazándonos en correcto castellano y con referencias a liberar Al Andalus. Algún descerebrado podría escucharle. Quieren asustarnos provocando el mayor dolor posible y así obtener publicidad para su causa y reclutas para sus filas. Atacan nuestro modo de vida, quieren que tengamos miedo a pasear, a ir a conciertos, a los mercadillos navideños, a tomar el aperitivo con los amigos, a ir a bailar o hacer turismo. Es un odio brutal e irracional basado en interpretaciones sesgadas de creencias religiosas, que procura que miremos con desconfianza a cualquier musulmán porque de esta forma, al levantar barreras entre nosotros y ellos, les será más fácil encontrar candidatos para su prédica del odio. No hay que caer en esa trampa y por eso animo a los musulmanes que viven con nosotros a repudiar estos atentados con la mayor firmeza y de forma pública y clara porque solo ellos pueden expulsar del Islam a los asesinos que nos amenazan.

También hay que aprender de lo ocurrido, dotar de más medios a la lucha antiterrorista, mejorar la coordinación interna entre las policías estatales, autonómicas y locales, y extremar el intercambio de información con otros servicios de Inteligencia. Y poner bolardos que impidan pasar a los terroristas y dejen pasar a los bomberos. Y quizás devolver el golpe involucrándonos más activamente en la lucha armada contra el Estado Islámico y el terrorismo de raíz salafista-yijadista que lo inspira (una ideología totalitaria como el nazismo o el estalinismo). Y hacerlo todo respetando siempre los derechos y libertades individuales que tanto nos ha costado ganar y que se ven crecientemente recortados en aras de una seguridad por otro lado inalcanzable salvo en un mundo dominado por el Gran Ojo orwelliano. Y ni siquiera así. Porque más restricciones no aseguran por sí solas más seguridad, igual que más reuniones no garantizan más eficacia.

Sin perder de vista que el atentado de Barcelona, con su trágico reguero de muertos y heridos, pertenece a lo que yo me atrevería a llamar terrorismo prehistórico a pesar de su dolorosa inmediatez, porque el futuro se llama ciberterrorismo y puede ser mucho más letal y dañino. No hay que bajar la guardia.

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