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Lo que hay que hacer

Como sucede tras cada atentado, las hordas buenistas se han apresurado a salir en defensa de la convivencia y los derechos humanos. Un puñado de ingenuos que se empeñan en crear comunidades cohesionadas y diversas para hacer frente a la barbarie. Algunos incluso defienden que los terroristas deben contar un juicio justo, como si esto fuera un Estado de Derecho. Menudos cursis. Igual que el papá del niño de tres años asesinado en Las Ramblas, quien, en lugar de salir a apalear musulmanes, ha compartido abrazo y lágrimas con el imán suplente de Rubí. ¡Qué sabrá él de gestionar el miedo y el dolor!

Menos mal que, a pesar de todos estos ñoños de pensamiento débil, todavía hay individuos que tienen las cosas claras y saben cómo acabar de verdad con el odio y la violencia: criminalizando a todos los musulmanes para que aprendan a amar Europa. Bueno, a todos menos a los de Arabia Saudí, que son unos señores estupendos con los que siempre es un placer hacer negocios armamentísticos. Pero a los demás, ni agua.

Lo habréis visto estos días en las redes, quizás os haya llegado un mensaje por wasap o simplemente ha surgido en una charla cualquiera. El procedimiento está claro: machacarles, avergonzarles, hacer que se sientan escoria. Que tengan pánico a salir a la calle. Llenar la ciudad de pintadas como "Muerte a lo putos moros" y gritarles que se vayan a su país (incluso si han nacido aquí, total, nunca les vamos a considerar nuestros iguales). Además, para recordar los valores tolerantes y humanistas de Occidente, nada mejor que clausurar las mezquitas, reducirlas a escombros, quemarlas. A ver si, a base de estigmatizarles y sembrar la discordia, los malnacidos deciden integrarse de una vez.

También resulta conveniente lanzar bulos sobre la comunidad musulmana de nuestro municipio. Inventarse que un grupo concreto recibe subvenciones astronómicas siempre ayuda a fomentar la envidia entre los vecinos. Por otra parte, los buenos españoles no tapan la cabeza a sus mujeres, son así de generosos ellos. Así que, como abanderados de la causa, no hay más remedio que increpar a todas las musulmanas con pañuelo que veáis y, si hace falta, arrancárselo a la fuerza.

Y como nunca es demasiado pronto para empezar con la discriminación, la islamofobia debe ser fomentada desde la más tierna infancia. Insultando a los niños musulmanes cuando estén columpiándose en el parque y señalándoles con el dedo mientras van del colegio a casa seguro que conseguimos que deseen formar parte de la vida del barrio, que se sientan queridos por su entorno y no se les pueda lavar el cerebro a la primera de cambio. Eso sí, no dejéis que esos chavales se junten con vuestros retoños, nada bueno puede salir de jugar a la Patrulla Canina con un nene de origen marroquí.

Por último, aprovechad cualquier ocasión para soltar perogrulladas sobre la Reconquista y hablad de coger un fusil e irse a reventar cráneos a Siria, aunque vuestros próximos planes se circunscriban al sofá de casa. Si dar rienda suelta a la violencia física y verbal en nuestras calles no lograr eliminar la radicalización y el terrorismo, no sé qué lo hará.

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