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Turismo y urbanismo

La polémica veraniega sobre los límites del turismo ha dejado como rastro «turismofobia». Ocurre con frecuencia, cuando no se puede, o no se quiere, analizar las causas, los efectos de determinado fenómeno social, económico. Ni siquiera la tragedia de Barcelona, ha minorado la atención sobre el tema, por el contrario ha contribuido a exacerbar alguno de sus extremos.

El frenesí con que se han aplicado unos y otros en ensalzar las virtudes y catástrofes que ocasiona la atávica propensión de la especie al vagabundeo, ya sea para alimentarse, alejarse de los conflictos, o como en el caso para conocer y disfrutar de otros escenarios. En el altar del PIB, cuestionado como indicador de prosperidad para todos por los especialistas como Jordi Palafox se sitúa, el mágico 11 %. En el peldaño de la desesperación del desempleo, una bendición para la ministra del ramo, quiero decir del empleo. En los bolsillos habituales buenos billetes camino del paraíso terrenal, y en los de siempre, algo para enfrentarse a la precariedad más precaria cuando la insolación disminuye. Alborozo general, y leña a las minorías irresponsables, beneficiarias del sistema, embozados agentes de turbias conspiraciones separatistas, con menoscabo de la marca España, tan acreditada por la corrupción como por las fiestas salvajes.

Relacionar el turismo con el urbanismo no es frecuente en lo que respecta al desarrollo y crecimiento de la afluencia turística en las ciudades: del otro, como veremos, existe abundante literatura. De los retales, ay! PAI, de los noventa del pasado siglo y de los dos mil hasta el estallido, conocemos la simbiosis de turismo y urbanismo: dentelladas despiadadas sobre los recursos escasos, el paisaje, el agua, el medio ambiente, y su efecto de arrastre sobre una gran parte del sistema financiero, local, regional. La deuda medioambiental no tiene amortización, devolución, o reposición.

El expolio litoral tuvo sus dos momentos. La tolerancia codiciosa del franquismo, exangüe por la autarquía, y la que, con ropajes nuevos, como la LRAU valenciana y sus reformas, alcanza el estallido de la burbuja. En el primer caso la cantidad era clave, si bien el presente señala la profundidad de esta convicción. Coincidió además con los «treinta felices» de las economías europeas repuestas de las consecuencias de la II Guerra Mundial, con el crecimiento de los derechos derivados del estado del bienestar. Entre nosotros, Benidorm la fábrica de vacaciones de los trabajadores británicos y europeos. Gaviria lo explicó en su momento: consumo moderado de espacio, concentración humana y casi cadena de producción para satisfacer la demanda.

La cosa se complicó con la participación de las clases medias urbanas, segundas residencias , parcelaciones que consumían porciones cada vez mayores de territorio, y que no dudaban en propinar el oportuno golpe al litoral y a las primeras estribaciones de nuestras montañas. Con entusiasmo, se apuntaron administraciones y agentes a «colocar» la mercancía a los europeos más exigentes que el obrero de quincena . Incluso como paraíso cercano para consumir las pensiones bajo clima más benigno a la vez cercano a su lugar de origen.

Algunos se atrevieron a acumular suelo, a la espera de beneficios aun mayores. La LRAU, con unas páginas del DOGV --ya se sabe (?) que para algunos gobernar es disponer del BOE en este caso autonómico. El PAI y el agente urbanizador iban a movilizar los activos suelo, a liquidar la especulación, los precios de la vivienda, incluida la turística, serían razonables. Los efectos los han resumido mejor que un tratado urbanístico Chirbés, y en cuanto a algunos personajes conocidos, Torrent, lo que me libera de extenderme. No sin recordar que las consecuencias fueron advertidas, obteniendo la pintoresca, jactanciosa y displicente respuesta, revestida de «profesional y académica», de anacrónicos a quienes nos atrevimos a anticiparlas. Más tarde la cuenta negativa se cargará a la crisis universal, y todos satisfechos. El cambio de gobierno en 1995 hizo que los «profesionales» se arrojaran en brazos de administradores y empresarios, para consumar el desaguisado tan bien descrito por los autores citados. La derecha se limitó a aplicar «la legislación vigente», o reformarla para mayor gloria de la destrucción con amplio beneplácito social y político. Los mismos actores, con análogo instrumental, parecen decididos a repetir la operación, ahora al amparo progresista, camino de la farsa como toda repetición: Xàbia, ejemplo actual, nada excepcional.

La cuestión amenaza a las ciudades, sin por ello dejar de lado el litoral o los paisajes de interior. Sustituir el agente urbanizador por el agente «rehabilitador» podría ser la fórmula. Es la primera parte.. Si la casa o el edificio es supongamos, propiedad gentes vulnerables ( viejos por ejemplo) los costes de la rehabilitación recaerían sobre éstos, y por traslación hacia los usuarios igualmente vulnerables (elevación de alquileres o repercusión de una parte del coste en ellos) , en conclusión, la expulsión de los habitantes, propietarios o inquilinos.

La gentrificación estudiada por Josepa Cucó y colaboradores ya «limpió» algunos retazos de los barrios más abandonados, engullendo edificaciones cochambrosas, viviendas de gentes modestas o retazos de huerta con sus alquerías.. PAI en mano expulsó a la población inerme, y su lugar fue ocupado por calles sin ciudadanos, ni tiendas, ni espacios de colectivos.

Se trata de repetir la maniobra con lo que queda de población en el centro histórico, en el caso de València en sus centros históricos. La finalidad, proveer de espacio urbano y habitación a un turismo dotado de unas redes opacas en lo que respecta a tributación y no digamos con la ausencia radical de convivencia vecinal.

No es extraño que los buitres sobrevuelen nuestras ciudades dada la proverbial generosidad y empeño que ponemos en facilitar carroña.

Algunas ciudades europeas dijeron basta. Renunciaron a convertirse en parque temático, sus calles y aceras «aterrazadas», la convivencia ciudadana cuestionada cuando no destruida. Puede que el PIB se incremente pero las economías domésticas afectadas caminan hacia la pauperización. Este coste económico y social no figura al lado de las mágicas cifras de visitantes llegados en barco o en patinete.

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