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La lengua del Imperio

Utilizan últimamente los medios de todo el mundo una palabra inglesa para referirse a ese colectivo de indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños y allí se criaron.

Hablan de "dreamers" (soñadores), en alusión a un supuesto "sueño americano", y aceptan de ese modo, sin darle demasiada importancia, la propaganda del Imperio.

En Estados Unidos, han mantenido siempre sus aparatos de propaganda, cualquier persona trabajadora y honrada puede llegar a lo más alto, incluso a la Casa Blanca, aunque tenga una ignorancia del mundo como la que con tanto orgullo exhibe Donald Trump.

Sabemos que es mentira, que Estados Unidos es en realidad una plutocracia, como lo demuestra la propia carrera de Trump, construida gracias a los millones de su padre y a su habilidad para los negocios poco claros.

Pero no importa. Es lo que nos han vendido el cine y los poderosos medios de aquel país, eso que llaman también en inglés "soft power": poder blando.

Es decir, la capacidad que tiene un país de influir en otros mediante sus instrumentos diplomáticos, ideológicos y culturales: todo ello más eficaz actualmente que las cañoneras del pasado.

Pues bien, el ególatra que hoy ocupa el cargo más poderoso del planeta ha tomado como nuevo blanco de su racismo a ese colectivo de jóvenes llegados con menos de 16 años a EEUU y que en la mayoría de los casos ni siquiera conocen el país de origen de sus padres.

Trump pretende privarles de la cobertura de un programa conocido en inglés por las siglas de DACA, por el cual pese al limbo legal en que se encuentran podrían seguir residiendo durante dos años, renovables, en el país donde se han criado.

Es parte de su objetivo de deshacerse de inmigrantes de piel oscura como son la inmensa mayoría de quienes cruzan el río Bravo y se establecen muchas veces en territorios con nombres de resonancias hispanas que, en su afán expansionista, EEUU arrebató en su día a México.

Significativamente, entre quienes han protestado por la medida están 400 ejecutivos de grandes empresas, según los cuales la supresión de ese programa supondría la pérdida de cerca de medio billón de dólares en el PIB del país.

¿Pesarán más los argumentos económicos que los simplemente humanitarios?

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