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Control de esfínteres

No sabemos vivir sin visiones idílicas, sin paisajes o ideas intactas que caducaron hace mucho y sin embargo parpadean y hasta cantan en los relicarios de la mente, en ese museo con paredes de hueso donde es posible amontonar toda clase de trastos viejos. Por ejemplo, nos parece luminoso que un proyecto que se llama Parque Central -y que habría de parecerse, un poco, al de las películas- se financie (algo) con viviendas y torres y comercios que, además, habrían de contribuir a pagar no se qué túnel pasante (o pasota) que, a su vez remediaría el corredor ferroviario en esta comarca. Es tener mucha fe en la virtud redentora de los solares.

Hace años la televisión de Barcelona me invitó a un debate -un debate libre, no como los de Canal 9- sobre el agua y como quiera que dije que ciertos rincones de la ciudad «pudien a pixats», al final se me acercó un tipo muy preocupado por saber en qué barrios de Barcelona había sido ofendido de nariz y cómo se había atentado contra «l´encanteri» de su ciudad. Se lo conté y, por la cara que puso, amanecía en esa realidad. Ahora la geografía de la incontinencia urinaria abarca media Barcelona y una docena de autonomías y coincide con la ruta de botellones, narcos y despedidas, británicas o no. El turismo es bueno, buenísimo: hasta que deja de serlo. En esto, como en lo demás, conviene estar al día y caer en la cuenta de que, si no ha sido derogado, tenemos un reglamento de industrias nocivas, molestas y peligrosas.

Una industria que no tenemos ninguna prisa por actualizar es la educación. En una pedanía de un ciudad de la Ribera, al ayuntamiento se le ocurrió aprobar un PAI de modo que los «aprovechamientos urbanísticos» de un particular (es decir la especulación con banda municipal) dieran para pagarse una escuela como beneficio menor. El proyecto fue recurrido y la autoridad urbanística dictaminó que si querían una escuela, la hicieran sin más. La escuela ya no parece una prioridad, véanse los barracones de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. Hemos pasado del control de los esfínteres al desahogo del reality.

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