Agua, water, wasser, eau, acqua, água, mizu, vodဠquizá sea una de las palabras más empleadas, más universales. La Real Academia Española la define, con el género femenino, como «líquido transparente, incoloro, inodoro e insípido en estado puro€ y que constituye el componente más abundante de la superficie terrestre y el mayoritario de todos los organismos vivos». Es decir, el agua abunda en todo el mundo, es fácil encontrarla en la mayoría de las partes y territorios de la Tierra, aunque en zonas desérticas escasee en su superficie. Este líquido, con matices de pureza, es tan abundante que ocupa las tres cuartas parte de nuestro planeta. Sin embargo, el usado para el desarrollo de la vida se ha convertido en elemento caro. Mientras que en Nueva York te ponen un vaso de agua gratis al sentarte en cualquier bar, en Dusseldorf cobran unos siete euros por un botellín de agua sin gas, el equivalente a un vaso. Las dos ciudades están en países desarrollados, se ubican al lado de grandes masas de agua, son poblaciones donde vive gente de similar poder adquisitivo. Las diferencias son escasas, el precio del agua es completamente distinto, increíblemente disparatado uno de otro. Pero no solamente ocurre esto en tan distantes partes del mundo. Hay situaciones y casos para todos los gustos. Y es lógica su carestía en lugares de gran escasez. En Madrid, Oviedo o Málaga, por ejemplo, el agua corriente, el del grifo, es un ejemplo de la definición de la RAE, más o menos barata, que resiste cualquier análisis. Pero muchos refectorios tienden a dispensar solo agua embotellada. En una ocasión en una comida familiar en un restaurante de precio medio pedimos una jarra de agua, nos dijeron que solamente expendían agua envasada y nos trajeron un botellín de agua procedente de Finlandia. El asombro fue total y el precio para olvidar. Personalmente siempre pido una jarra de agua «de Madrid», «de Albacete», «de Gijón», de la ciudad donde coma. La mayoría de las veces me sirven agua embotellada. No «tienen» agua del grifo. En tiempo aún reciente las aguas corrientes de muchas ciudades eran imbebibles, casi no potables, arenosas, saladas. Y había razones para no beberlas. Hoy los organismos que legislan normas alimentarias han logrado que su depuración se generalice, las autoridades sanitarias obligan a esa adecuación higiénica y las aguas de la mayoría de las ciudades y pueblos europeos, como media, son plenamente aptas para el consumo. Por supuesto que todo el mundo tiene su gusto y a mucha gente no le complace cualquier agua, por muy saludable que sea. O quien necesite un líquido con más o menos minerales, sales, etc. El Ayuntamiento de Granada, capital de una provincia con abundantes y variadas aguas, este verano ha firmado un pionero acuerdo con la Federación de Hostelería y Turismo provincial que obliga a los bares y restaurantes a tener a disposición de los clientes un recipiente con agua fría y vasos para su consumo de forma «gratuita y complementaria» a la oferta del propio establecimiento. La iniciativa ya existe en ciudades como Córdoba o Pamplona en España, así como en otras grandes urbes mundiales y pretende reducir todo lo posible los imperecederos envases plásticos y fomentar la sostenibilidad medioambiental. Puede que la medida perjudique a industrias envasadoras, pero contribuirá a clarificar la procedencia de ciertas aguas. Un gran fraude fue descubierto en Londres pues una marca cara de fama mundial embotellaba agua del grifo. Y es que resulta difícil comprobar el verdadero origen de la gran producción de algunos manantiales de los que brota un chorrito y de él se llenan miles y miles de botellas. Asimismo dará a conocer la bondad del agua del grifo y desterrará el abuso de numerosos establecimientos que cobran por el agua el precio de un trabajado gran reserva.