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Algunas lecciones vascas

En plena escalada de abertzalismo por parte de los nacionalistas catalanes, resulta reveladora la falta de circunstancias reflejas en el País Vasco. No hay ondas expansivas, ni aprovechamiento de la coyuntura política ni nada que se le pueda parecer. Apenas sí la presencia subrayada pero sin más trascendencia de Arnaldo Otegui portando un centro floral de Bildu durante los actos oficiales de la Diada barcelonesa o las sutiles presiones del portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, para que el Gobierno de Mariano Rajoy actúe con moderación y proporcionalidad ante la crisis de Estado desatada desde el Parlament Català.

Los más aciagos apocalípticos en cuestiones patrias calculaban que la insurrección soberanista desde el nacionalismo periférico inflamaría tarde o temprano a los vascos, en estado de independentismo latente. Pero no es esa la realidad presente en Euskadi, donde apenas se oyen voces reclamando una propuesta semejante a la catalana. Los vascos, desde luego, no están por el referéndum de autodeterminación por más que Podemos lo defienda como filosofía política general. Pero ni aún así, ni teniendo en cuenta que Podemos tuvo un insospechado éxito electoral en las penúltimas votaciones vascas ni los rescoldos de la izquierda nacionalista radical, en Euskadi se está hoy por el derecho a decidir el futuro de no se sabe qué. Tampoco se encuentra en estado de latencia, aunque nunca hay que perder de vista, como señalaba Ernest Renan, que la nación es una herencia espiritual que se debe renovar continuamente en el presente, y la adherencia vasca al proyecto español no parece hecha con Loctite del más fuerte. Ese, posiblemente, ha sido el principal error del régimen del 78 amasado en la Transición, pensar que era el definitivo pacto político y que salvo la violencia vasca no había más alternativa al mismo. Y no, el proyecto común hay que renovarlo constantemente; como en los matrimonios duraderos, hay que practicar la seducción cada mañana. Así que, paradójicamente, mientras el moderado y pactista nacionalista catalán se echa al monte para poner patas arriba el Estado del Reino de España, en el País Vasco se vive una primavera feliz. He visitado en diversas ocasiones esas tierras de nuestro norte y durante estas vacaciones he vuelto por Euskadi y por sus vecinas Cantabria y la Rioja, y he detectado una sociedad liberada al fin del belicismo político, sintiendo una especie de final de guerra entre un pueblo, el vasco, donde cada individuo es un sujeto político muy activo. La gente ha tomado la calle, disfruta del solaz y del sosiego en cuadrilla€ y sigue comiendo y bebiendo como quizás en ninguna otra parte del mundo.

En San Sebastián, posiblemente una de las ciudades más hermosas de Europa, reina la organización, el transporte público y el civismo. Los cocineros -Arzak, Berasategui, Subijana, Aduritz- son tratados como héroes, y se les venera cual tótems por más que alguno de ellos, o quizás por eso, simpaticen abiertamente con la causa abertzale. Un sarampión que, tras una legislatura gobernados por Bildu, han superado los animados burgueses donostiarras, que han vuelto a la ley y el orden que les confiere el PNV.

Los hijos de Arzalluz han ganado las últimas batallas. El PNV consiguió superar la escisión soberanista de Garaikoetxea y su Eusko Alkartasuna, y optó también por la vía moderada en el enfrentamiento decisivo de Egibar contra Imaz. El tiempo les ha dado la razón y la recompensa; con un pie en el antifranquismo y otro en la democracia cristiana europea, el peneuvismo es, hoy por hoy, un partido de claro corte socialdemócrata: una derecha favorable a las tradiciones pero también a las libertades individuales y a las políticas sociales. En Euskadi, a día de hoy, el funcionamiento de los servicios públicos es ejemplar, y cuentan con la llamada renta de garantía de ingresos que es su equivalente al salario mínimo de subsistencia.

En Euskadi pocos saben lo que sus arcas públicas pagan realmente al Estado Español por mor del llamado cupo vasco, ese invento foral que pervivió durante el franquismo y tras los pactos de la Transición. La Unión Europea lo observa con recelo y los catalanes -Pujol, en su día-, lo rechazaron porque no garantiza una cantidad fija sino que oscila, como el Euribor de las hipotecas, en función de lo que se recauda. Pero les debe salir a cuenta: el pib actual vasco es superior a la media del pib alemán. Los santanderinos, que en el siglo XIX consideraban a los vascos poco menos que unos campesinos sin recursos, les miran ahora admirados, y lo mismo pasa con los riojanos, que se benefician de los euskoturistas que reciben cada fin de semana.

San Sebastián está bonita y ordenada -con el tráfico muy restringido y unos precios superiores a los 8.000 euros el metro cuadrado en las zonas cercanas a la Concha -3.500/4.000 es el tope actual en Valencia-, pero es que Bilbao se ha convertido en la operación de mayor éxito de regeneración urbana gracias al acierto del efecto Guggenheim, por no hablar de Vitoria, una ciudad modelo en su planificada expansión y políticas sociales de barrio que han perdurado con todos los partidos políticos que la han gobernado los últimos cuarenta años. Euskadi, gracias a cuyos votos ha sido posible conferir estabilidad al Gobierno español, ha devenido en una pragmática y rentable política, la misma Euskadi que se abstuvo en el referéndum de la Constitución del 78 cuando en Cataluña lo hicieron masiva y afirmativamente. ¿Quién lo iba a decir cuando sucumbimos a la desesperanza de los años de plomo del terror nacionalista?

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