Llanto paternal sentía Unamuno cuando describía en su Ensayo sobre el casticismo ese dolor de España en que volcaba más ternura que inteligencia; y no le faltaba precisamente capacidad de agudeza y discernimiento. Quizá por su cercanía a los últimos episodios espasmódicos de España, y por formar parte de esa generación, la del 98, tan melancólica, a la que le dolía España. Intuyo que no comprendieron del todo que la hispanidad no es solo un proyecto político, sino una concepción del mundo.

Laín Entralgo escribió su ensayo España como problema al que le replicó, en parte, Calvo Serer con otro famoso escrito: España sin problema. Años más tarde, se sumó Julián Marías, con un breve análisis titulado España inteligible, rememorando, a su vez, la España invertebrada de Ortega. ¡Ay si nuestros gobernantes los hubieran leído!

España, esa palabra que se nos hace a la vez extraña y entrañable No en vano somos la primera nación del mundo, desde el punto de vista moderno de nación. Quizá por eso resulte tan trasnochado el nacionalismo español que, en realidad, nunca ha existido entre nosotros, más que de manera estrafalaria (como localismos provincianos o folclóricos), si lo comparamos con otros (francés, inglés, alemán, etcétera) de nuestro entorno. Me parece que es fruto también de esa diversidad que supone una hermosa historia y una grandiosa tradición cultural.

Me resulta enigmático que la gran nación alemana, la más culta y adelantada de su época, a distancia y desde todos los puntos de vista de las demás, equivocara tanto el rumbo de su historia y pudiera alumbrar, aún a pesar de las circunstancias penosas del momento, una monstruosidad tan aberrante como el nazismo; y que fuera popular, también entre las élites. Heidegger, por poner un ejemplo paradigmático, no fue inmune, uniéndose, del algún modo, al régimen nazi.

Me he esforzado por comprender esta cuestión, pero he de decir que se me escapa: me resulta incomprensible, desde el punto de vista racional. He de apelar a otros factores. La Humanidad se presenta en cada uno de nosotros en dos formas: una de grandeza y otra de miseria. Henri de Lubac afirma que en «la humanidad constreñida a una elevación larga y fatigosa, pero trabajada desde su despertar por una llamada suprema, es normal que la idea de Dios esté a su vez presta siempre a surgir y siempre amenazada de desaparición». Tendencia, en definitiva, a confundir a Dios con el hombre; al autor de la naturaleza con la misma naturaleza; a la sociedad con la exaltada nación; a la voluntad de amar con la voluntad de dominio. Trastoque en definitiva genético del «seréis como dioses», hasta hacer que lo mejor se torne, a veces, en lo infausto. La gran fuerza del ser humano, que ha de emplear en su perfección y en la de los demás, se quebranta en corrupción de lo peor: negar al otro por ser otro.

Hoy, España, con problema o sin problema, nos duele hasta el hondón del alma; sin saber por qué. Y si embargo, no tenemos más que sobrados motivos para despertar nuestra admiración de lo que, en la mayor parte de las ocasiones, hicieron nuestros mayores, y que, sin embargo, a nosotros nos disgusta. Quizá sea esa la enfermedad del alma hispana en la presente hora histórica: reniega de lo suyo y de los suyos. Si el diagnóstico fuera certero, est