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Todos los ruidos, el ruido

Cortázar sirve para muchas cosas, incluso para, parafraseándole, poner título a este artículo. No es la primera vez que lo hago, sí la primera que lo dejo escrito. Porque en este mundo hace mucho ruido en todas partes, hasta en las redacciones de los periódicos, donde ahora reina un ruido silencioso sin papeles, sin tabaco, sin el tecleteo de las máquinas de escribir o de los viejos ordenadores, sin guisqui: casi sin periodistas. Pero hace mucho ruido, niños que gritan más allá de la infancia gritona, adultos que vociferan más acá de su est y en todas las estaciones los aviones vuelan, la virgen se levanta, caen los chaparronesr"s mñaquinas de escribir o de los viejética de veraneo con alpargatas y bermudas. Campanas de iglesias, coches desgatados, motos que claman espantos, arrastrar de sillas, más niños, adultos que chocan copas. Adultos que se carcajean, ellos pero mucho más ellas. Ruido absurdo y prescindible. Ruido metafísico en las televisiones y patafísico en las radios, físico en los periódicos. "Es un problema de la edad, de tu edad" me dice muy mandona ella, como siempre. "No, la edad no importa, desde niño detesté los ruidos, sobre todo los de las obras y los de los cortacésped, que ahora hay muchos, municipales incluidos." No me replica porque sabe que tengo razón, como hace siempre que la tengo. "Lo que pasa es que ahora todo se ha multiplicado y nadie protesta. Vivimos rodeados de cargas explosivas de decibelios. Quizás muchos estén sordos, por eso hay tanta publicidad de audífonos. Imanol Arias, por ejemplo, en "Cuéntame" hay mucho ruido y se grita mucho" Yo también grito, pienso, pero nunca en público, también me digo. Grito sobre todo en sueños, y a veces se me oye, me oigo yo mismo, es espantoso. "La atmósfera del verano, densa hasta entonces, se aligeraba y adquiría un acuidad a través de la cual los sonidos eran casi dolorosos, punzando la carne como la espina de una flor" (Luis Cernuda. "El otoño". Ocnos) Quizás estoy en eso, sufriendo de otoño como se sufre de primaveras. Nunca se sufre de veranos ni de inviernos porque son rotundos. Sin embargo, en todas las estaciones hace ruido y en todas las estaciones los aviones vuelan, la virgen se levanta, caen los chaparrones y casi no se oyen las canciones infantiles. Los niños no se miran, no se hablan: robada su mirada por pantallas y sus dedos activos sobre teclados imaginarios. En 1982, Ronald Reagan tenía una astróloga, Joan Quigley, a la que pagaba tres mil dólares al mes. Quizás ahí aumentó el ruido, todos los ruidos.

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