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Con el bipartidismo vivíamos mejor

Muchos recordarán aquella frase de Manuel Vázquez Montalbán de que "contra Franco vivíamos mejor", a lo que agregó, a modo de explicación, que "parte de los males de la izquierda es no haber superado esa situación de vivir contra el franquismo"

Muchos recordarán aquella frase de Manuel Vázquez Montalbán de que "contra Franco vivíamos mejor", a lo que agregó, a modo de explicación, que "parte de los males de la izquierda es no haber superado esa situación de vivir contra el franquismo".

Parafraseando al autor de la "Crónica sentimental de España", habría que decir hoy, a la vista de lo que ocurre últimamente, y no por sorpresa, en Cataluña, que con el bipartidismo al menos algunos vivían mejor.

En el viejo sistema vivían con seguridad mejor los dos partidos de la alternancia, pero también los nacionalistas porque las componendas de unos y otros permitían tapar todo tipo de corrupciones, como hoy sabemos.

No hace falta recordar aquel tres por ciento cobrado por la adjudicación de obra pública por el Gobierno de la Generalitat de Convergencia i Unió, conocido y tolerado por los de Madrid mientras convino.

Aquel vergonzoso caso de corrupción política, sumado a los no menos graves y más numerosos protagonizados por el PP y los que conocemos del PSOE, terminaría causando un daño enorme a la democracia y propiciando el surgimiento de nuevos partidos sin los prejuicios ni ataduras de los viejos.

Partidos que desde la izquierda han puesto en cuestión lo que muchos consideraban, no sin justicia, esenciales conquistas democráticas en un país salido de una larga dictadura y que plantean un nuevo reparto de las cartas.

En esta situación se revuelven escandalizados los del bipartidismo, acusan a sus nuevos rivales de adanismo y arrogancia cuando no de tener aspiraciones totalitarias y simpatizar con gobiernos continuamente anatemizados por los medios como el venezolano de Maduro.

El panorama es especialmente grave en Cataluña porque allí se mezclan reivindicaciones identitarias y aspiraciones democráticas en una explosiva amalgama que abre una enorme brecha social y pone en peligro la convivencia ciudadana.

Y algunos medios influyentes, tanto a uno como a otro lado de la imaginaria frontera catalana, en lugar de contribuir a aclarar el panorama, tender puentes y serenar los ánimos, parecen no buscar otra cosa que echar más leña el fuego.

Tal vez pensaba el PP, jaleado por sus medios, que dejando pudrirse el problema catalán para arremeter en el último momento con toda la fuerza de la ley contra los independentistas, aumentaría el caudal de adhesiones en el resto de España y pondría así en aprietos al PSOE de Pedro Sánchez.

Es en cualquier caso un cálculo miope y tal vez a la postre equivocado. Jugar con fuego en un país con tanta tensión territorial y tan escasa experiencia democrática es siempre peligroso.

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