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Explicar el conflicto

Me han llamado estos días amigos de mis tiempos de corresponsal en el extranjero para ver si lograba explicarles el conflicto catalán y he tratado de hacerlo, resumiendo algo ciertamente complejo.

Me decían no ser capaces sobre todo de entender lo ocurrido el pasado lunes en el Parlament, una auténtica pieza del teatro del absurdo, les respondo, que habrían podido firmar Jarry o Ionesco.

Fue chusca la supuesta declaración de independencia en diferido por parte del presidente de la Generalitat a raíz de un referéndum que tampoco no fue tal.

Lo cual motivó el emplazamiento, al día siguiente, del Gobierno central, reunido en consejo de ministros extraordinario, al catalán para que explicase si había declarado o no la independencia.

Todo un intercambio digno de aquel gran humorista que fue Gila. Aunque, bien visto, como me comentó alguien, mejor que en este momento saliese a relucir Gila que Espartero.

Les explico a mis amigos de fuera, que se creen todavía la heroicidad del David catalán, que, con independencia de las razones que pueden tener sobre ciertos agravios históricos sufridos, no son los catalanes víctimas tales de un Estado opresor como para que pueda justificarse algo tan serio como la secesión. Y menos por tan exigua mayoría parlamentaria a favor.

Les hablo además de la secular tendencia de al menos parte de los catalanes al victimismo, algo interesante de analizar, y les reconozco que el Gobierno del PP no deja de darles motivos para alimentarlo.

Por ejemplo, con la torpe violencia policial contra quienes querían votar en un referéndum no reconocido como tal o el exabrupto de un pirómano del PP sobre la suerte reservada al hombre que declaró en 1934 la República catalana.

Les explico que en el caso catalán, la política ha hecho extraños compañeros de cama: la burguesía biempensante de aquel territorio, gente de orden y a veces un punto supremacista, y los anticapitalistas de la CUP, que sueñan con una auténtica revolución desde la calle.

Y les digo que si un día, Cataluña - ¡Dios no lo quiera porque nos empobrecería a todos !- se independizase del resto de España, veríamos a los representantes de esa burguesía insolidaria que se subió al carro del "procés" deshacerse astutamente de las gentes de la CUP para, con ayuda de los poderes económicos, restablecer su viejo orden.

Señalo también a mis amigos extranjeros que tanto el nacionalismo catalán como el centralista de una "España grande y libre" que cultiva sobre todo, pero no sólo, el PP se alimentan mutuamente y sirven para distraer a nuestros pueblos con banderas y llamamientos al orgullo patrio de otros problemas bien reales como la corrupción, el paro y los recortes al Estado de bienestar.

Y termino diciéndoles que, puestos a hablar de víctimas de la historia de España, habría que acordarse de todos esos pueblos del interior de la península que, como dice un buen amigo salmantino, ya no pueden suministrar siquiera emigrantes a Cataluña o el País Vasco porque se han quedado vacíos.

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