"Nihil novo sub sole", dicen los clásicos, para indicar que no somos tan originales como para que nos reinventemos en una nueva humanidad. La condición humana sigue siendo la misma. El hombre, es homo religiosus por excelencia. Lo que nos sitúa fuera del entorno natural, nos hace ser eso que Plessner denominaba excéntrico: no envueltos, sino que envolvemos. No determinados por las circunstancias, sino libres aunque con nuestras circunstancias (Ortega). Es la cuestión humana: el ser o no ser. Lo que Unamuno, en 'El sentido trágico de la vida', indicaba con fuerza y persuasión: porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido.

Pero la religiosidad, al menos en Occidente, por fuerza del luteranismo, se ha secularizado. Muchos de nuestros coetáneos ya no están aparentemente interesados por el más allá; ahora se trata de construir el más acá. Lo que le achacaron a la religión católica -de que solo se preocupaba de la vida de ultratumba y no de este mundo en el que estamos- se vuelve con la fuerza de un boomerang contra las repetidas e insensatas mentiras de las ideologías y de los ismos. Nada nuevo. Siempre ha sido así. Pero llega un momento, en la vida de cada uno, quizá más hacia el ocaso de nuestra existencia, en que el futuro es ya inexistente: simplemente no lo tenemos. Entonces, la mirada se inclina, erguida o declinada. Aparece un desinterés por lo que nos rodea: ya no atraen las seculares esperanzas de un mundo mejor. Se está en el escepticismo del anciano que ha vivido mucho, que ha visto mucho, y no la valen las jerigonzas juveniles, los reclamos fuleros. Es una cierta sabiduría, la de quien no espera más que vivir en paz, consigo mismo, con los demás. Las promesas no atraen, son engaños de embaucadores profesionales, que viven del cuento. Hay ausencias, mirada lejana, incluso lánguida. Sonrisas a los cercanos. Inerte ante los avatares. Condescendencia en la comprensión. Atrás quedan las luchas y desafueros, errores y desgracias, también los aciertos. Y se desearía haber sido mejor. La lejanía de un mundo que se desvanece, trajines a veces vertiginosos. Olvidos. ¡Si se pudiera rebobinar y borrar aquello que no quisimos que hubiera sucedido! Pero ya nada se puede hacer; lo pasado, pasado está.

Y sin embargo, en esta última etapa, donde los achaques quebrantan y quejumbran, rompiendo la monotonía de los días templados, solo queda mirar el porvenir con ojos de eternidad. Es la súplica que felizmente brota como fuente mansa en lágrimas sosegadas, tranquilas, que claman por un futuro mejor, en una vida que inexorablemente se apaga.