En este diario aparecía tras el discurso de Felipe VI, una columna de Matías Vallés, con un irónicamente expresivo título: «Rajoy delega en el Rey», con él y con su título y su contenido nos identificamos, igual que con la afirmación de la columna del pasado domingo ocho del director: €. «el mensaje de un monarca que prefiere sacar la espada flamígera de Santiago y cierra España que aparecer como el árbitro que la Carta Magna diseña para él». Ni arbitrar ni moderar que es la otra facultad explicitada en la Constitución y también diríamos que más que arbitrar resultó arbitrario, e inmoderado más que moderador. De todas sus posibilidades el Rey ha elegido la peor: Una de ellas era no haber pronunciado mensaje.

No nos ha sorprendido esta derechización, este no ser el Rey de todos los españoles, pero con el agravante de olvidarse de que su ancestro Felipe V, es el que arrasó, con el duque de Berwick, el 11 de septiembre de l.714 Barcelona, como en gran manera también pasó aquí (que se lo pregunten a los de Xátiva) o sea que no solo puede multiplicar republicanos aquí y en Cataluña, sino también en el resto de España.

Pero para el redactante no ha sido ninguna sorpresa la actitud del Rey. El 30 de junio publicabamos en este diario una columna con motivo del discurso real, por el 40 aniversario de las primeras Cortes Democráticas - este sí que era inevitablemente forzoso para el Rey pronunciarlo y decíamos «todo es desilusionante en el discurso. Sobremanera sus olvidos clamorosos: el de la corrupción, cual si de otro Rajoy se tratara, el de las desigualdades crecientes (más Rajoy) o el de no mencionar a Franco y sus víctimas (marianismo y peperismo puro y duro)».

Obviamente el discurso ha contado con el entusiasmo del PP y de Ciudadanos (cuña de la misma madera y que en ocasiones deja corto a aquel como ahora con lo del 155). En el mensaje no hubo ni la más mínima alusión a una posibilidad de dialogo ni nada sobre la desmesurada represión policial de la que se han hecho eco los medios más importantes del mundo y político de varias tendencias y naciones .Y su preparación quedó maltrecha en su discurso atribuyendo a Machado «de las dos Españas que han de helarte el corazón». Pudiera ser que éste casi tópico, su preparación, no sea más que otra hinchazón como aquella de la campechanía de su padre, bastante desvirtuada si recordamos que más allá de la iracundia con su chofer, también la demostró con su mujer la Reina Sofía, en alguna ocasión.

Y esta derechización de Felipe VI, también puede venir de la amistad, suponemos que ahora oficialmente terminada con el polimputado López Madrid, yerno del mayor donante del PP y también ex Ministro franquista Villar Mir (Marqués borbónico del mismo título). Esto también nos acredita que es un Rey de las élites, que con afortunado calificativo, casi siempre son élites extractivas, con lo cual resultaría casi un truismo afirmar que es una monarquía de derechas, como sería con respecto a su padre, el Rey emérito, igual de inadecuado con la realidad- que conocemos demasiado-, aquella afirmación navideña cuando aún no había tenido que abdicar, de que «la justicia es igual para todos».

Pero sobre todo recordemos, dos importantes cuestiones que «ab initio» capitidisminuye la institución, sino la ilegitiman: Primera. El origen franquista con la designación a dedo por el dictador de Juan Carlos, jurando entre otras anomalías las leyes fundamentales del dictador, sombras que se alargan al hijo y que por ello, aún le debía haber impelido más a este no incurrir en los excesos de su mensaje, impropios además de un Rey de una monarquía parlamentaria y ni siquiera de un Presidente de Republica: Segunda. Y lo sabido hará un año de que a Juan Carlos se le había incrustado en la famosa Ley de reforma política, uniendo reforma y monarquía, evitando el referéndum ante la posibilidad de que se pudiera perder la votación para la monarquía.