El nuevo curso en la Universitat de València vendrá marcado por las elecciones, en primavera, de un nuevo equipo rectoral con un nuevo rector al frente. No voy a repetir aquí mi argumentación de que cualquier segundo mandato de una misma persona al frente de una institución suele ser estéril, cuando no nefasto. Me limitaré a constatar que cuando la comunidad universitaria elige un rector distinto, y no una renovación de mandato, los mecanismos de control del electorado se debilitan y aparecen varias candidaturas.

La Universitat de València se enfrenta a nuevos retos como la actualización de la administración y la docencia, la contención del coste de las matrículas de grados y masters, la integración de los titulados universitarios en el mundo laboral o el recambio generacional al frente de las unidades de investigación y para eso hacen falta nuevas ideas y un proyecto capaz de ilusionar a la comunidad universitaria y a la sociedad que la sustenta; por lo que es de esperar que varios candidatos ofrezcan distintas opciones. Es hora de plantear candidaturas sólidas y programas de progreso y sería torpe esperar a la llegada del nuevo año para lanzar las nuevas ideas.

No creo que en la universidad deba existir una oposición para controlar, e incluso asediar, al equipo rectoral que sale de las urnas y nunca me he prestado a maniobras de oposición aunque el candidato al que apoyara saliera derrotado. Hay que respetar las normas que nos igualan a la hora de votar, a pesar de que el sistema electoral universitario desproporcione el peso del voto de algunos colectivos con escasa participación frente a otros seriamente comprometidos con la institución. Cualquier rector de los que han ganado las elecciones me ha tenido a su lado para defender la institución; por lo que mis críticas las he ejercido a nivel interno y siempre tratando de que no dañaran su imagen pública. Eso no supone renunciar a este aviso para navegantes dispuestos a pilotar la nave de mi universidad para que vayan consultando a todos los estamentos y personas, pulsando las necesidades y las reivindicaciones de los diferentes colectivos, analizando los problemas y evaluando distintas alternativas para afrontarlos. Lo otro, esperar a que se convoquen formalmente las elecciones, solo favorece la improvisación en los equipos y el corta y pega de los programas.

Nunca son tiempos fáciles para la investigación y las universidades pero no debemos renunciar a cambiar el estado de las cosas. Una universidad que no se adapta a su tiempo, que no se compromete en la renovación de los modos de relación social y en la creación del conocimiento, podría seguir funcionando durante siglos pero dejaría de ser una guía para dirigentes y ciudadanos, una parte esencial de la conciencia de nuestra sociedad. Ese es el desafío y esperemos que los posibles candidatos se lancen con ilusión y honestidad a la difícil tarea de ofrecer un programa sólido al conjunto de la institución, con vocación de servicio a la comunidad y lejos de ambiciones personales.