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Matías Vallés

Diez años sin Baudrillard, y se nota

Jean Baudrillard desapareció en marzo de 2007, por lo que sorprende la insistencia del planeta en comportarse de acuerdo a sus preceptos. La ilusión del fin sigue siendo la mejor síntesis de la contemporaneidad, la invención de sucesivos hitos apocalípticos bajo el formato de epidemias o de catástrofes, que nunca acaban de responder a las expectativas. No porque el auténtico desenlace esté por llegar, sino porque lo hemos dejado atrás. Diez años más adelante, los momentos más lúcidos de la humanidad obedecen a los criterios del pensador francés. Como bien afirmó Eric Hobsbawm en un momento baudrillard, el 11-S solo cambió la historia porque George Bush decidió que la irrupción de Osama Bin Laden merecía esta consideración estelar. Ahora que la caí- da de las Torres puede interpretarse desde la memoria indolora, se aprecia la exactitud de Baudrillard a partir de la primera Guerra del Golfo de Bush padre, que no tuvo lugar. Se advierte asimismo la simiente de metáforas que alumbraría la transparencia del mal retransmitido en directo. Nadie tomaría hoy un libro como referente, y todavía menos a un autor. La contaminación visual prefiere condensar el caleidoscopio de la actualidad en la galaxia Matrix. Sin embargo, la saga fílmica de los Wachowski se basa en Simulacro y simulación. El homenaje bordea el ultraje al atreverse a mostrar en pantalla un volumen de Baudrillard, digno sucesor de Cioran para los entusiastas de la genealogía intelectual que fascinaba a Ortega. En el reparto de responsabilidades, Baudrillard es el culpable del asesinato de la realidad. Comprendió que la hipérbole de una verdad indiscutible pero siempre parcial equivalía a la fantasía. Steve Bannon, el ideólogo de Trump, invirtió el teorema al anteponer la distorsión exagerada al núcleo que la justificaría. El pensador francés hubiera alcanzado el éxtasis patafísico con el presidente estadounidense. Mejor dicho, después de devorar miles de folios sobre la enloquecida Casa Blanca, solo el pensador francés podía describirla en los términos adecuados. Baudrillard siempre se negó a que la experiencia emborronara su percepción en crudo de la realidad. Gracias a esta ingenuidad aprendida, en su descubrimiento de América atrapa la obsesión deportiva de los joggers/runners, a quienes retrata como "suicidas a cámara lenta". Avisado de la muerte, la contagió de su curiosidad expectante. Vivió como si fuera un juego, tal vez el parentesco más exacto lo hermane a Lewis Carroll.

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