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Cataluña desertizada

Puigdemont ha inaugurado su desamortización política con la huida a Bruselas y los argumentos autoexculpatorios ofrecidos a los medios europeos en una deplorable comparecencia al margen de las instituciones belgas, flamencas o no. Es obvio que pensaba pedir asilo político, como indica la contratación de un abogado especialista en el tema, entre cuyos clientes se cuentan varios etarras. Pero alguien le ha dicho que no incordie y se contente con sus derechos de libre circulación, como ciudadano europeo que es. Ese alguien pudo ser el viceprimer ministro belga, quien ha comentado que donde mejor estaría es junto a su pueblo. Con ello frustra el «molt honorable» uno de los ingredientes épicos de su odisea de 2º de Primaria. Porque lo de «internacionalizar» el conflicto catalán es una memez. Ese conflicto está internacionalizado desde hace cuatro semanas. Los medios que tragaron la «represión brutal» del tramposo referendum del primero de octubre ya están de vuelta y se sienten engañados.

¿Un gobierno en el exilio con su mitad en el interior? Ridículo. Esa mitad ya ha decidido concurrir el 21 de diciembre a las «elecciones de Rajoy», sin duda pesarosa del grave daño que Puigdemont le ha hecho al renunciar, el jueves 26, a la propia convocatoria electoral para dejar en suspenso un 115 que le ha destituido a él y a todos, incluida la terminal del Parlament.

La convocatoria de diciembre, también aceptada por Junqueras y su ERC, tan solo a él deja fuera con su cortejo de «exiliados», mientras que los radicales CUP empiezan a reconocer, copiando a Artur Mas, que Cataluña no está preparada para la independencia. El PDeCAT que él ha lisiado rumia ahora un giro a la moderación que, sin renunciar a la idea independentista, la remite a mejores tiempos si es que llegan. Así que la rentabiidad del «sacrificio» del expresident será para otros que viven en el mundo real, no en la burbuja fantasiosa que ha partido Cataluña en dos. Más bien parece que el miedo cerval a la cárcel es lo que le ha llevado a un exilio retórico, cuyo único valor es que mejora la libertad de accion de quienes no le acompañaron.

Habrá reacciones del soberanismo, pero serán estertores. Antes de las urnas, los de Junts pel Sí tendrán que asumir la galopante desertización de Cataluña y explicar cómo piensan recuperar el equilibrio político y la fecundidad de la vida en común (no «en comú», que es otra cosa). El tejido bancario y empresarial está desertizado, tanto al menos como el reconocimiento exterior, el flujo de las inversiones, el atractivo turístico y las bases de la seguridad jurídica. Este tornado arrasador es previo al artículo 115, cuya aplicación y la huida cobarde de Puigdemont parecen desacelerar el crack, según los datos de la Bolsa y el menor número diario de empresas en fuga. Por enésima vez, hasta que lo entiendan, hay que enfatizar la distancia entre el mundo soberanista y el mundo real.

La ambigüedad y los culebreos están recibiendo severas lecciones. A Podemos le tiembla la tierra bajo los pies por no haberse posicionado con claridad desde el minuto uno. Tiene derecho a sacar a Rajoy de La Moncloa, si puede, pero esa es una murga que ahora no toca. Su protagonismo en el problema catalán ha sido cero hasta que se le metió por la puerta obligándole a cortar cabezas. En las elecciones de diciembre juegan dos vectores cardinales: estar con la unidad de España o apoyar la ruptura por acción u omisión. Esto sí que toca, y a tope.

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