Los incendios ya no son patrimonio del verano. Así se ha puesto de manifiesto recientemente con los que han asolado el noroeste de la península. El balance, aterrador, arroja más de 35.000 hectáreas quemadas solo en Galicia.

A la hora de analizar las causas, se observa que las condiciones que se dieron fueron excepcionales. Y es que durante el pasado año se produjo una sequía extrema en el noroeste de la Península que originóun alto nivel de estrés hídrico en la vegetación haciéndola muy vulnerable frente a los incendios. Junto con esta circunstancia, los días de los incendios se produjeron vientos secos y recalentados de componente sur movidos por un fenómeno totalmente excepcional en nuestras latitudes, como la llegada de un huracán tropical, que les confirió una velocidad e intensidad absolutamente inusuales. Así, las dificultades extraordinarias de hacer frente a semejante reto, el de incendios en condiciones adversas de máximo nivel, coincidieron en el norte de Portugal, sur de Galicia y oeste de Asturias y Castilla y León.

Estas causas objetivas, sin embargo, no han sido suficientes como para evitar que salgan a la palestra los tópicos que rodean siempre a los incendios y que son sistemáticamente rebatidos desde instancias científicas, técnicas e, incluso, por el mundo ecologista.