El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre según el calendario juliano vigente en la Rusia de la época), obreros y soldados de la guarnición de Petrogrado, tras una salva del crucero Aurora, asaltaron la sede del Gobierno Provisional de Rusia en el Palacio de Invierno. Horas después, el Congreso de los Soviets reunido en el Instituto Smolny nombraba un nuevo Gobierno revolucionario y Lenin declaraba ante los diputados obreros, campesinos y soldados el triunfo de la Revolución y el poder soviético.

Se iniciaba así un nuevo periodo de la Historia que supuso un avance gigantesco en la conquista de derechos laborales, sociales y democráticos para los trabajadores y trabajadoras, no solo de Rusia, sino de todo el mundo. En más de una sexta parte de la superficie terrestre se demostró que era posible dirigir una sociedad sin capitalistas, terratenientes ni prestamistas y se produjo el mayor avance de las fuerzas productivas de cualquier país en la historia. Se lograron avances notables en los ámbitos de la salud, la ciencia, la cultura y la educación, y la mujer, pilar fundamental de la sociedad soviética, conquistó el derecho al voto, al divorcio y al aborto.

Ha pasado un siglo del inicio de aquella Revolución y 26 años desde su caída, y aunque no son pocas las voces que reniegan de su vigencia, la realidad está empeñada en demostrar lo contrario. Nunca en la historia hubo más explotados que hoy. Nunca en la historia hubo más hambrientos que hoy, nunca en la historia hubo más desigualdad como la hay hoy, y nunca los trabajadores y trabajadoras han sido tan vulnerables ante el poder del capital como lo somos hoy.

Por tanto, el comunismo como experiencia teórica y como práctica política sigue más vivo que nunca porque la realidad que le dio origen no solo no ha desaparecido, sino que se ha agravado, especialmente en las últimas dos décadas.

Ahora bien, quienes hoy conmemoramos el centenario de la Revolución de Octubre, referenciándonos en su experiencia y sus conquistas, no lo hacemos de una manera nostálgica o confiando en que algún día repitamos de manera mimética lo que sucedió hace un siglo. Todo lo contrario. Afrontamos el futuro con los ojos de 2017 pero sin renunciar ni a uno solo de los principios que inspiraron a los revolucionarios y revolucionarias de 1917.

Y eso nos sitúa ante varios retos que es imposible abordar en un artículo como este, y que desde el Partit Comunista del País Valencià llevamos tiempo trabajando en desarrollar y socializar con el conjunto de la izquierda transformadora: ¿Cómo organizar a los trabajadores y trabajadoras de hoy para dirigir la sociedad en un momento en el que la precariedad y la fragmentación es cada vez mayor? ¿Cómo librar la batalla cultural para hacer frente a los valores del individualismo impuestos por el capital? ¿Cómo combatir el concepto reaccionario de Patria con un concepto distinto de Patria solidaria, humana e internacionalista? ¿Cómo hacer partícipe de nuestra propuesta a todos los sectores de la sociedad? ¿Cómo construir la Unidad desde el respeto entre todas las fuerzas políticas y sociales que apuesten por construir un poder más fuerte que el del capital?

En 1911, 40 años después del triunfo y la caída de la Comuna de París, Lenin recordaba que la causa de la Comuna era inmortal, y al final ésta acabaría siendo una inspiración para los trabajadores que acabaron alzándose con el poder en Rusia. Del mismo modo, los trabajadores y trabajadoras de hoy podemos decir que la Revolución de Octubre sigue siendo inmortal, y que aquel salva del crucero Aurora solo estaba anunciando un futuro que sigue siendo nuestro.