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Melancolía de València, la ciudad inacabada

Aunque la cuestión catalana sigue candente -y lo que te rondaré, morena-, permítame el lector que pongamos el acento esta vez en algo que no por mucho más cercano deja de ser relevante: la ciudad en la que viven buena parte de los seguidores de este periódico, la ciudad de Valencia. Pues aunque la política apasiona también puede resultar prosaica, mientras que la vida diaria en la urbe no deja indiferente a nadie, en especial si se padecen retrasos en el transporte, se acumula el deterioro o los servicios públicos brillan por su ausencia. Sócrates no se movió de Atenas en toda su vida, y Kant solo paseaba por su querida Könisberg, y no por ello dejaron de aproximarse a la complejidad del mundo.

Nuestra capital, Valencia, vive de un tiempo a esta parte profundas transformaciones en su tráfico rodado gracias a la firme apuesta de su concejal napolitano, Giuseppe Grezzi, un alternativo ecologista que, apoyado por el alcalde Joan Ribó, ha decidido cambiar los hábitos de los valencianos incorporando la bicicleta a sus usos diarios. Ni que decir tiene que Grezzi es un campeón ambientalista para los ciudadanos que quieren una ciudad más verde y tranquila, al tiempo que se ha convertido en el político más denostado del nuevo Gobierno municipal entre quienes prefieren una urbe rápida, veloz y sin interrupciones.

Grezzi ha quebrado la máxima del sempiterno ingeniero jefe de tráfico del Ayuntamiento, Victoriano Sánchez Barcáiztegui, quien se ganó la confianza de socialistas y populares atendiendo a la idea de que un tapón de tráfico provocaba el cabreo de quienes lo padecían y una consiguiente pérdida de votos en las elecciones. Todos compraron el desatascador de Victoriano, hastael punto que Valencia ha sido, durante lustros, una de las ciudades con circulación más vertiginosa de Europa. Esa cultura, se ha terminado, y veremos cómo les va a todos en las próximas elecciones.

Al hilo de la política de restricciones al tráfico privado y potenciación de la bicicleta como alternativa sencilla, sana y barata, Grezzi ha dado un paso más al frente y se atreve a proponer la inmediata peatonalización de la simbólica plaza del Ayuntamiento, a lo que su socia de coalición gubernamental, la joven abogada socialista Sandra Gómez, le ha dicho que sí pero con un proyecto digno y liderado por el responsable de urbanismo, es decir, el también socialista Vicent Sarrià.

Las propuestas y el nivel de debate es del calado descrito, a la espera de que otros actores -pienso en los arquitectos, en los ingenieros también, en los diseñadores y artistas por qué no- se posicionen sobre el tema, aunque es verosímil que nadie diga nada o que propongan análisis estériles y sin más repercusión. Se trata, sin embargo, del espacio central de la ciudad, el alfa y el omega de Valencia, y desde luego el termómetro de la discusión sobre este asunto nos revelará bastante sobre el estado social de la ciudad, que mucho me temo continúe en fase de anomia.

No me extraña la situación. Valencia sigue padeciendo una severa carencia de modelo de ciudad y no solo se desconoce hacia dónde vamos y cómo es el camino, sino que buena parte de sus problemas más evidentes ni siquiera han salido a la superficie. No me extraña dado que al alcalde Ribó le interesa más el campo y la cultura «de pueblo» que el fenómeno urbano o que el mencionado Sarrià únicamente ostente en su currículum una larga trayectoria como "«fontanero» del PSPV, sin más formación ni ejercicio profesional en materia alguna que la política, mayormente la interna de su partido. La oposición puede, incluso, que supere tales niveles de escasa capacitación.

Comprender una ciudad no es fácil. No tener ni media lectura al respecto y dejarse llevar por las intuiciones ideológicas o por el asesoramiento de los técnicos de la casa, funcionarios de vuelta de tantas cosas, no es la mejor manera de enfrentarse a los dilemas urbanos de la tercera ciudad de España. Una capital, Valencia, que todavía no ha resuelto como implementar la defensa de la Huerta a pesar de leyes y declaraciones grandilocuentes, que se ha empantanado en la gestión del Cabañal o que negocia sin mucho sentido las inversiones ferroviarias y viarias del Estado.

Valencia es, sobre todo, una ciudad inacabada, incompleta en sus propios espacios consolidados, desde el centro histórico a los barrios sin olvidarnos de los ensanches o los núcleos tradicionales del Grao, de Ruzafa o Benimaclet. Les reto a que me señalen alguna manzana de la ciudad terminada, sin solares o sin medianeras, sin escaleras de alturas o sin jorobas. El pastiche urbano valenciano salta a la vista y, sin embargo, parece importar una higa.

La ciudad ha carecido, y carece, de diseño urbano. Ha urbanizado avenidas sin arboledas, convertido su pequeña diagonal en un meadero para perros, dejado al albur la calidad del futuro en los espacios vacíos del camino al Grao, convertido en una cloaca a cielo abierto una línea inconclusa del metro o tolerado que un club de fútbol deje a la intemperie el armazón de cemento de su proyectado estadio€ Una ciudad a la que ahora mismo solo redime el éxito popular de su Jardín del Turia, tal como vaticinaron en su día Just Ramírez y Carles Dolç.

Hubo un tiempo que se podía discrepar de quienes pensaban la ciudad desde el Ayuntamiento, pero ciertamente allí residía buena parte de la masa gris que analizaba Valencia. Los tiempos de González Móstoles, Alejandro Escribano, Alfredo Fouz o Fernando Puente, hace mucho que terminaron€ Todos ellos, por ejemplo, admiraron a Juan José Estellés Ceba, a quien un día le pregunté, hace décadas: ¿Qué se puede hacer para arreglar la plaza del Ayuntamiento? "Pavimento, un buen pavimento y nada más, no hace falta nada más", me contestó. Ni maceteros ni chirimbolos, un buen pavimento€

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