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Julio Monreal

El sueño de un museo Sorolla en València

En València la gente tiene hambre de Sorolla, el pintor universal que ha vuelto a la ciudad que le vió nacer, aunque sólo estará de visita hasta Fallas, con las 120 obras inspiradas en sus jardines que se exhiben en la Fundación Bancaja.

Las exposiciones del genio luminista son las que mantienen los récords de asistencia de público en la Comunitat Valenciana. Sus obras de la serie ‘Visiones de España’ realizadas por encargo de la Hispanic Society de Nueva York fueron contempladas en 2007 por 452.826 personas en el mismo centro cultural que hoy acoge sus cuadros de jardín. Y una cifra similar pasó por esas mismas estancias cuando la muestra regresó en 2009 antes de volver a Estados Unidos, lo que quiere decir que una cifra equivalente a todos los habitantes de la capital del Túria, más de 800.000, disfrutaron de los óleos de gran formato sobre regiones de España y Portugal que tienen un lugar destacado en la historia del arte.

El retorno de Sorolla al recinto cultural de la plaza Tetuán ha reavivado el cíclico debate, alimentado ahora desde las páginas de Levante-EMV, sobre la posibilidad de crear un museo dedicado al artista en su ciudad natal, una ciudad que cambió por Madrid en 1889, un año después de casarse. Hoy, sus herederos guardan celosamente en la que fue su casa en la capital de España una extensísima colección con buena parte de las 2.200 obras catalogadas del pintor y protegen con sumo cuidado la unidad del legado, limitando al máximo las cesiones de obras. Los herederos, y en particular su nieta Blanca Pons Sorolla, son señalados habitualmente como el principal obstáculo para que no exista ya un Museo Sorolla en València, proyecto impulsado dos veces en los últimos diez años. El primer intento fue acometido por el Consell de Francisco Camps en 2006, cuando el Ejecutivo valenciano inmerso en una espiral de eventos internacionales se vino arriba y trató de convertir el monasterio de San Vicente de la Roqueta en sede permanente de obras del genio de la luz. Las entidades vicentinas que aún hoy sueñan con un recinto para peregrinos en el desaprovechado cenobio y la alcaldesa Rita Barberá desbarataron aquel proyecto. Años después lo intentó la Fundación Bancaja, cuando la exposición de las obras de la Hispanic Society apareció como tabla de salvación para una entidad que, ya sin el respaldo de la caja de ahorros de la que heredó el nombre, tenía su existencia más que comprometida. La verdad oficial culpa a Blanca Pons de aquel nuevo fracaso.

Pero no hay dos sin tres. El trabajo de los responsables políticos y turísticos del pasado reciente y del presente y también la debilidad coyuntural de otros destinos nacionales e internacionales han disparado las visitas a la Comunitat Valenciana en general y a València en particular, con incrementos del 17 % en lo que va de año. Es obligación de la sociedad valenciana en este momento de máxima visibilidad y estabilidad política y económica contribuir al fortalecimiento de los atractivos propios, evitando que el agua que fluye hoy se escape mañana entre los dedos.

La ciudad de València ofrece una larga lista de motivos para ser visitada. A sus 69 conexiones aéreas hay que sumar uno de los centros históricos más grandes de Europa, las Fallas, ocho meses de verano al año, comida, alcohol y tabaco más baratos que en el resto del continente, unas playas paradisíacas dotadas de los mejores servicios y una marcha nocturna que sobrevive de milagro al asedio de las instituciones y las asociaciones de vecinos. Y muchas cosas más (que no se enfade nadie). Pero hay dos elementos que son oro puro y que no se aprovechan. Uno es el Santo Cáliz de la catedral de València, un tesoro para la cristiandad que los actuales responsables de turismo relegan por prejuicios ideológicos o religiosos. Si en Turín hubieran hecho lo mismo con su Sábana Santa (verdadera o falsa) nadie conocería la capital del Piamonte más que por su equipo de fútbol. El otro diamante es Joaquín Sorolla Bastida, un valenciano universal capaz de hacer que una familia acomodada viaje 6.000 kilómetros para contemplar los lugares en los que pintó a sus niños en la playa, a las pescadoras o a los bueyes sacando los barcos del agua.

Unos 140 cuadros de Sorolla cuelgan de paredes en instituciones, entidades y domicilios particulares de València. Algunos están ya en museos, y otros permanecen en despachos oficiales o privados, para disfrute de sus administradores o dueños. No son muchos, pero tampoco su número es insignificante. Tomás Llorens, uno de los máximos especialistas en el pintor, defiende hoy en estas páginas que sería deseable que todas esas obras fueran reunidas en un solo lugar, en València, para poner en valor al artista en su ciudad, aunque precisa que es posible que entre ellas haya cuadros de una calidad insuficiente para su exhibición en un museo y añade que pueden faltar piezas de determinadas etapas del genio, lo que haría imprescindible el concurso de la Casa Museo Sorolla de Madrid para completar la oferta.

Añade Llorens que el lugar ideal para esa agrupación es el Museo San Pío V o de Bellas Artes, que atesora un buen número de los sorollas valencianos aunque en la historia reciente no los ha puesto en valor, todo sea dicho. El ex director del IVAM y del Reina Sofía es una voz más que autorizada para defender esa ubicación, aunque la unión entre la necesidad y la virtud convierte al Edificio del Reloj, la fachada urbana del puerto de València, en otro espacio idóneo para alojar cuadros que Sorolla pintó a un tiro de piedra de lo que entonces era estación marítima. La Marina de València languidece sin atractivo para el ciudadano a la espera de una locomotora que tire de sus hoy vacíos vagones. Se descartaron las viviendas; se hacen ascos a los usos comerciales y un imán cultural como Sorolla puede ser la oportunidad que se busca.

En 1916, el año en que el artista pintaba “Las grupas” en un descanso en el recorrido por España y Portugal para plasmar las “Visiones” encargadas por la Hispanic Society se inauguraba la estación marítima, un esbelto edificio de estilo francés, copia de la estación parisina de Lyon. Cien años después, esbelto, rehabilitado y sin apenas uso puede ser contemplado como una alternativa para una colección de Sorolla, coetáneo del inmueble, en una ciudad que quiere volcarse al mar pero no encuetra el camino.

Así pues, se buscan sorollas para museo en València. ¿Alguien tiene uno por ahí?

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