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Jorge Dezcallar

Aires de cambio en Arabia Saudí

Arabia Saudí, un país manejado como una finca particular por la familia Al Saud sin constitución escrita, sin partidos políticos, sin Parlamento o tribunales independientes y donde las mujeres son menores de edad hasta que se mueren, parece salido de la noche de los tiempos. O, mejor, no salido aún. El hecho de que nade en petróleo solo aumenta la contradicción entre los últimos avances tecnológicos y mentalidades medievales sustentadas en el wahabismo, una visión extremadamente conservadora del islam cuya expansión por el mundo Riad financia con generosidad.

Ahora parece que ese mundo inmóvil empieza a cambiar de la mano de Mohamed bin Salman (conocido como MbS), un joven de 32 años hijo del rey Salman nombrado príncipe heredero en un golpe de Estado palaciego el pasado junio. MbS se ha fijado tres prioridades y la primera es consolidar su poder que desde siempre se reparte entre los herederos de los 36 hijos del rey Saud, con preferencia por los miembros del clan Sudeiri que descienden de la esposa favorita. Lo está haciendo con puño de hierro y no sin dificultades pues el anterior príncipe heredero, Mohamed bin Nayef, no aceptó su destitución y sigue en prisión domiciliaria cinco meses más tarde. Otro rival, el príncipe Mutaib bin Abdulla (hijo del anterior rey) ha sido destituido como jefe de la poderosa Guardia Nacional y detenido estos días junto con otros diez príncipes, cuatro ministros y otro medio centenar de personas bajo acusaciones de corrupción. El rumor en Riad es que el rey Salman podría abdicar pronto en su hijo y que éste no quiere rivales. Esta actitud decidida e implacable contrasta con la política seguida hasta ahora en el reino de buscar alianzas, complicidades y pasteleos entre príncipes.

El segundo objetivo de MbS es la modernización del país para hacerlo menos dependiente del petróleo. Quiere sacar a Bolsa un 5 % de la petrolera Aramco, que cree que le puede reportar 100.000 millones de dólares. Es un dinero que el país necesita porque la bajada de precio del petróleo le ha creado un fuerte déficit presupuestario.

Pero no todo el mundo está de acuerdo con estos planes. La oposición viene de la propia Familia Real (allí hay unos 3.000 príncipes) que considera que el petróleo es patrimonio propio y no del país y no quiere dar entrada a otros en el negocio. Y también se oponen sectores religiosos inmovilistas que piensan que tanto desarrollo acabará trayendo cambios en las costumbres ultraconservadoras del país. Como lo han sido permitir que las mujeres se pongan al volante o dejarlas asistir a manifestaciones deportivas en los estadios. Son primeros pasos en el camino para incorporarlas al mercado de trabajo. Y es un juego peligroso porque muchos no están de acuerdo con tanta modernidad. MbS acaba de anunciar también la construcción de una ciudad en el Mar Rojo y a caballo de tres países (Arabia, Jordania y Egipto) que se pretende que sea el no va más en robotización y nuevas tecnologías para competir con Dubai y Singapur como centro mundial de negocios.

Pero para modernizar el país y consolidar su base de poder, MbS necesita tranquilidad, tiempo y no distraerse con otros problemas. Y esto no es fácil. Arabia Saudí enfrenta al menos tres problemas graves en este momento: la guerra de Yemen, el conflicto con Irán por la supremacía regional y la pelea de familia con Catar. Ninguno es fácil y los tres chupan energía que sería más provechoso dedicar a otras causas. La intervención en Yemen es un fracaso, los houthis apoyados por Irán controlan el país útil, el secesionismo crece en el sur, Al Qaeda controla zonas del país y los bombardeos ocasionan muchas víctimas civiles. La situación humanitaria es desastrosa con millones de refugiados y una epidemia de cólera. La tensión con Irán ha aumentado mucho después de que un misil yemenita (de fabricación iraní) haya sido destruido sobre el aeropuerto de Riad, al mismo tiempo que Hariri, primer ministro libanés, dimitía tras acusar a Irán de interferir en su país y de temer por su vida (Hariri es el hombre de Riad en Líbano). Ambas cosas han puesto al rojo la relación entre Riad y Teherán.

Por su parte, Arabia acusa a Catar de apoyar a grupos terroristas, de dar refugio a opositores políticos y de las críticas que le dirige la cadena televisiva Al Yazira. Descalificaciones, fronteras cerradas, boicot aéreo... que impiden el normal funcionamiento del Consejo de Cooperación del Golfo que Trump quiere convertir en la punta de lanza de su acoso a Irán. Y Riad no puede permitirse fallarle al aliado americano que respalda sus aspiraciones de dominio regional.

Demasiado en el mismo plato. MbS es joven, ambicioso, poderoso... y también inexperto e impulsivo. Hay que desearle suerte en su intento de llevar al país desde el siglo XV al siglo XXI, aunque supongo que lo hará con muchas cautelas para no poner en riesgo su propia situación. De momento su belicosidad antiiraní en Yemen y en Líbano, junto las tensiones dentro de casa mientras afianza su poder, auguran un período de incertidumbre en una de las zonas más calientes del planeta.

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