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No es no, pero puede ser que sí

Cuando Pedro Sánchez adoptó como lema el «No es No» y fue depuesto del cargo que ocupaba legítimamente, despertó la conciencia colectiva del PSOE, reparando entre todos la que unos pocos habían urdido desde la confiada certeza de que sería consecuente con la negativa a colaborar en la conformación del Gobierno del PP, ni lo haría faciliténdole el ejercicio del poder político conseguido por Mariano Rajoy.

Hasta que se planteó el primer gran problema de Estado y le ofreció la alternativa de involucrarse o quedar al margen de cualesquiera decisiones. Optó por la primera. Nada hay de reprochable en que se respete la Constitución y las leyes; muy al contrario. Pero la cuestión estriba en si esa defensa puede llevar al extremo de alinearse con el Gobierno o dejar que éste afronte los hechos, imponga sus reacciones y se atenga, él solito, a las consecuencias.

La cuestión de Catalunya no es baladí. En 1978, hace casi cuatro décadas, la derecha más conservadora tuvo la generosidad de reconocer que ni los Fueros ni la Ley de Partidos y demás legislación política que sustentaba la dictadura eran asumidas por las nuevas generaciones. La izquierda más radical renunció a sus posicionamientos maximalistas y la sociedad catalana aceptó el Estado de las autonomías como el low cost de su independencia en la que han venido insistiendo con hechos y palabras, que en el mejor de los casos solo han obtenido el silencio.

Catalunya está, efectivamente, dividida, aunque no podamos traducirlo a cifras de porcentaje ya que se mpidió la consulta como después se intentó con el referéndum que se llevó a cabo pese a todos los obstáculos e impedimentos y que arrojó una cantidad de votos que merecen, al menos, tenerse en cuenta porque cuarenta años después de gestarse la Constitución hay quienes en memoria de su propia historia insisten en la independencia y otras generaciones, más jóvenes, que quieren escribir su propia historia. Y los independentistas son tan catalanes y merecen la misma protección y respeto que los demás y no ser objeto de mofa, ni considerados presuntos delincuentes y mucho menos encarcelados.

Las amenazas no amedrentaron el propósito y se declaró la independencia. Las reacciones no se hicieron esperar y el Gobierno aplicó el artículo 155 de la Constitución y se dispone a extender el centralismo sobre las cuatro provincias.

Que toda la derecha está de acuerdo entra en la lógica. Que los podemistas se debatan en las contrtadicciones no es una excepción. Pero surge la pregunta del cómo y por qué Pedro Sánchez declara abiertamente su apoyo en una cuestión operativa que le exige, por su anterior compromiso, mantenerse al margen, cuando su única exigencia como contrapartida se basa en la reforma de la Constitución, a cuyo efecto conocemos una serie de propuestas intrascendentes y ni una sola que tienda a abordar soluciones para la cuestión catalana. La política, según nos dijeron Platón y Aristóteles, es la suprema ciencia práctica. Indudablemente, Sánchez no ha sido científico ni práctico y quizá se ha acercado más a Groucho Marx, que la definía como el arte de buscar problemas y encontrarlos... El electorado socialista se queda con Mario Benedetti: cuando creíamos tener todas las respuestas cambiaron todas las preguntas.

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