La OMS, Organización Mundial de la Salud viene alertando desde hace tiempo que el aire de las ciudades mata. La contaminación del aire urbano está relacionada con las enfermedades respiratorias agudas y crónicas (incluyendo el asma), las enfermedades cardiocirculatorias y el cáncer de pulmón. Si bien las condiciones físicas y geográficas en cada ciudad dan resultados diferentes (en València se han ido taponando los canales naturales de ventilación) también se nos recuerda que no hay dosis bajas que se puedan despreciar porque todas son nocivas. El ayuntamiento de Barcelona presentó esta semana un estudio que atribuye a la contaminación la muerte de 250 personas al año y 1500 ingresos hospitalarios en la ciudad.

Aparte de otras fuentes, como las industriales -cada vez más alejadas de los núcleos urbanos- el tráfico motorizado es el principal responsable de la mala calidad del aire urbano. Que tenga que ser un grupo de admirables voluntarios, me refiero a los de Mesura (que forman parte de la Plataforma cívica València per l'aire) quienes estén midiendo niveles, y alertando sobre la situación, indica que las administraciones competentes no facilitan información suficiente y comprensible para que los ciudadanos sepamos a qué atenernos. Este colectivo nos ha enseñado que en el aire coinciden micropartículas que ensucian y se cuelan en los pulmones, (procedentes de frenazos y rozamientos) con las sustancias químicas que salen de los tubos de escape y que nos envenenan, como el dióxido y el monóxido de carbono, y el óxido de nitrógeno.

Por todo ello, sorprenden las declaraciones de nuestro Alcalde en las que responsabiliza en buena parte a la quema de la paja del arrozal de la mala calidad del aire en la ciudad, ayudada por una situación climatológica desfavorable. Estos episodios puntuales no son la causa de esa mala calidad, sino factores agravantes. El papel determinante del tráfico motorizado en la contaminación de fondo es incuestionable, aunque normalmente no llega a los límites máximos europeos, pero que sí supera habitualmente las recomendaciones de la OMS.

Requiere pues una situación tan grave altos niveles de transparencia para que los ciudadanos tengamos puntual información sobre el aire que respiramos en la ciudad y del que somos cautivos. Cuestionar el diseño de la red actual de vigilancia (que depende del departamento autonómico de medio ambiente) o pedir más implicación a las autoridades sanitarias en la protección de la salud, parece razonable. Estamos hablando de un derecho básico de la ciudadanía.

No solo nos interesa saber si es conveniente hacer deporte al aire libre en los días más críticos. Es preciso además referirse a las actividades cotidianas, como llevar a nuestros niños al colegio o facilitar a los mayores para que salgan a tomar el sol de otoño, por citar a dos colectivos muy vulnerables.

Pero sobre todo, los ciudadanos tenemos derecho a que los responsables del gobierno de la ciudad, con la colaboración de la Generalitat, garanticen que se está trabajando para abordar de frente el problema -y no con parches- con actuaciones valientes a corto, a medio y a largo plazo, en vez de maquillar o esconder los problemas. No voy a citar, por ser sobradamente conocidas, cuáles son esas actuaciones que se están poniendo en marcha en muchas ciudades, incluyendo, de manera muy tímida, la nuestra.

Y hablando del tiempo, es miércoles 29 de noviembre y llueve: ¿problema resuelto hasta la próxima crisis?...