Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una vida

No debió de ser fácil para la «xiqueta» de Catarroja ir y venir a València para estudiar Bellas Artes en aquellos años en que la mujer tenía sus actividades, su libertad, tan limitadas por las convenciones sociales y la rígida institución familiar. Pero Antonia Mir pudo con todo y obedeció sin dudar la llamada que la conducía ineludiblemente por el camino de la pintura, en el que ha transcurrido su vida entera.

Y ahora, la Medalla de la Universidad de Valencia, nuestro centro secular del saber, ha venido a coronar la cumbre de una existencia dilatada y fértil. Ella no fundó una familia al uso, ha generado su «familia» propia en los cuadros abundantísimos en los que ha volcado inspiración, técnica y amor supremo a su manera de entender y practicar el arte, que tanto exige a quienes se le entregan incondicionalmente. Nunca ha sido Antonia Mir persona que se rindiera ante las dificultades, antes bien las ha sentido como estímulo de su indomable voluntad. Un carácter fuerte y combativo es el sello de su identidad, firme sostén de quien se construye a sí misma sorteando todo tipo de obstáculos. Es en sus obras donde Antonia revela su intimidad más secreta. Palpita su sensibilidad al llevar al lienzo la esencia de esos paisajes por los que anduvo tierra adentro, provista de caballete y pinceles. A ella, viajera incansable por medio mundo, le brota un torrente vital cuando se sumerge en el torbellino barroco de la fiesta mexicana. Asoma su ternura en las imágenes de viejos zapatos arrumbados, y su oculta vulnerabilidad se descubre absorbiendo matices de flores y plantas. En otra faceta menos transitada, la de retratista, explaya sus dotes de observadora, finísima intérprete de la compleja condición de cada ser humano. Tan varios han sido sus registros a lo largo de años y años entregada de lleno al arte, creación y docencia.

«Un cuadro nunca está acabado», suele decir y, recogiendo el conocido aserto de Picasso, «el tiempo también pinta». El tiempo, en efecto, dice la última palabra. Que, en este caso, ha tenido por añadidura la expresión de un reconocimiento merecido al destinarle esa Medalla universitaria que Antonia ha acogido con emocionada gratitud y que rubrica una trayectoria desbordante, además, de una generosidad inagotable que, entre otros muchos aspectos, la empujó a donar a su Catarroja natal un magnífico museo, a instituir una Fundación y becas y premios de pintura con el nombre de Milagros Mir, la añorada y bienhechora hermana. Y es que Antonia Mir no es tan solo una gran artista. Es también, por encima de todo, una gran mujer.

Compartir el artículo

stats