Sin lugar a dudas, la grandeza de un político no solo es enfrentarse con decisión y firmeza a los acontecimientos si no prever con antelación que vayan a ocurrir y tomar las medidas preventivas para que no ocurran en su vertiente más negativa. Los sucesos que estos días nos conmueven, se veían venir desde hace tiempo y había que haber tomado medidas previsoras y regeneradoras además de activar la toma de conciencia en el conjunto de nuestra comunidad política.

No quiero darme de profeta a estas horas pero lo cierto es que hace casi cuatro años, el 30 de enero de 2014, escribí una carta al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, proponiéndole que tomara la iniciativa de la convocatoria de un referéndum consultivo nacional en las condiciones y términos que allí se indicaba. Convencido de que tal audaz iniciativa podría ser estimulante y además un ejercicio de trasparencia sobre la voluntad política de toda la ciudadanía, incluida la de Cataluña. Tal vez conviene releer aquel texto en la hora presente.

«Señor presidente: Asistimos con un cierto estupor y asombro a la situación surrealista de la política española actual en donde el representante del Estado en Cataluña -el presidente de la Generalitat de Cataluña- pone en marcha un procedimiento para desintegrar ese Estado del que es la máxima autoridad en la comunidad autónoma catalana.

Además, con una cierta trivialidad colaboran otros representantes políticos en un procedimiento como de trámite para alcanzar ese objetivo desintegrador de la unidad nacional y la emergencia de un nuevo Estado nacional, Cataluña, vía referéndum de autodeterminación, eso sí, solicitando la bendición del Gobierno de España, para que todo sea respetuosamente legal.

Usted ha señalado el carácter inconstitucional de ese referéndum que en consecuencia no puede realizarse sin violentar el orden legal y constitucional del país y al parecer duda de recibir al presidente de la Generalitat en esa solicitada visita para anunciarle y pedirle su consentimiento para esa desintegración controlada y bendecida, en un marco festivo y lúdico de praxis democrática,

La cuestión surrealista se explica por la entremezcla de elementos sentimentales, emocionales e irracionales como son tantas expresiones de las pasiones nacionalistas. Ahora bien, no hay que infravalorar la importancia de estos elementos y cómo pueden ser arrastrados a comportamientos de grave violencia, como carne de cañón, algunas gentes inocentes que luego serían dejados en la estacada por los que los hubieran inducido a creencias políticas alucinógenas.

En medio de la grave crisis que vive la sociedad española y la debilidad del aparato del Estado por políticas que en cualquier caso son dolorosas y, desde luego, polémicas, quedarse simplemente en la argumentación legal para señalar que tales propuestas secesionistas se encuentran extramuros de la Constitución, no parece la estrategia adecuada.

En las encrucijadas políticas transcendentes y graves se necesita audacia e imaginación. Y éstas pueden ejercerse desde el propio marco constitucional.

Usted está capacitado para proponer al rey la convocatoria de un referéndum consultivo nacional por el que se le pregunte a todo el pueblo español si está de acuerdo o no en iniciar una reforma constitucional que introduzca en nuestro texto el derecho a la autodeterminación de las comunidades autónomas y, en consecuencia, a la posible separación e independencia de alguna de ellas de este Estado nacional con cinco siglos de existencia que es España.

En nuestra Constitución de 1978 no hay cláusulas intangibles o irreformables como ocurre en la Constitución alemana respecto a la estructura federal del Estado, o en la Constitución francesa en relación con el régimen político republicano. Todo puede ser reformado aunque en este caso afectaría al Título Preliminar de la Constitución que tiene un procedimiento reforzado, según el artículo 168, que se refiere a la revisión total de la Constitución o una parcial que afecte a ese título preliminar -artículos 1 y 2 de la Constitución- del Título I -derechos fundamentales y libertades públicas- o al Título II -la Corona.

Si la mayoría del pueblo español, con una participación alta, como sin lugar a dudas sería en este caso, aprobara esa reforma, aunque sea con carácter consultivo, moral y políticamente ese procedimiento de reforma debería iniciarse mediante la aprobación en el Congreso, nuevas elecciones, confirmación por la nueva Cámara de la reforma y un segundo referéndum nacional -ahora vinculante- que definitivamente pueda ratificar la reforma y por tanto, constitucionalizar el derecho de autodeterminación.

Los nacionalistas podrían comprobar el parecer de sus conciudadanos en la respectiva comunidad autónoma, en el marco del cómputo total de votos del electorado español.

Si la constitucionalización de este derecho de autodeterminación fuera rechazado, y pese a ello, algunos dirigentes políticos o instituciones autonómicas, se empecinaran en continuar con tales procedimientos segregacionistas, a despecho de la voluntad expresada por el titular de la soberanía nacional, el pueblo español, usted estaría revestido de toda la autoridad no sólo legal y constitucional, sino también moral, política y de legitimidad democrática, para aplicar con firmeza las medidas de suspensión institucional e inhabilitación personal previstas en la Constitución y las leyes. El respaldo mayoritario de ese pueblo, ofendido por el desconocimiento y menosprecio a esa voluntad democrática ya expresada, lo tendría garantizado.

Es la hora de las decisiones políticas audaces y del coraje democrático en esta encrucijada un tanto paranoica en que vivimos. ¡Convoque, señor presidente, mediante la fórmula del acto obligado del rey, ese referéndum! ¡Aclaremos este panorama confuso y absurdo en que vivimos!

Y una última adenda: no confundamos la esquizofrenia política de ciertos dirigentes, y el despilfarro en la gestión pública caótica de los últimos gobiernos autonómicos en Cataluña, con las virtudes de la sociedad civil catalana. Su laboriosidad, iniciativa emprendedora, sentido del ahorro, capacidad organizativa y societaria, cariño a sus tradiciones e ilusión por ver crecer su comunidad. Sólo algunos pocos imbéciles pueden pretender ridiculizar, mediante caricatura deformante, tales virtudes sociales.

Necesitamos para ese proyecto sugestivo de vida en común, que hay que regenerar en España, el aporte de esas virtudes del pueblo catalán. Tal vez, en alguna medida, hay que catalanizar a España. Sin renegar del espíritu quijotesco, ponderar el sentido común de Sancho, mediante una reciprocidad que nos salve a todos».

Ya en la campaña para las elecciones catalanas que se celebrarán el 21 de diciembre próximo, y con los graves acontecimientos de estos últimos tiempos y la intensificación de tensiones y emociones fetichistas, las circunstancias ahora, desgraciadamente, no son las mismas, pero tampoco podemos renunciar al coraje de defender lo que es justo y desde la fortaleza tender la mano al conciudadano, piense lo que piense, porque el pluralismo sigue siendo un principio constitucional que fundamenta nuestra Constitución pero no justifica, en ningún caso, el atropello de la ley que nos hemos dado todos y del respeto a las distintas opciones que se den en nuestra sociedad.

Solo así, ciertamente, podremos reconstruir la verdad.