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Premios

La reciente entrega de los Fashion Awards británicos en el mismísimo Royal Albert Hall lleno a rebosar se presenta a algunas reflexiones. Quiérase o no, este tipo de distinciones reflejan con bastante claridad los caminos por los que se mueve la moda, entendida como creatividad pero también como industria. En este aspecto es significativo el premio al presidente de Gucci, Patrizio di Marco, en su calidad de Negocios, que para su firma ha supuesto un sustancioso aumento en este año que acaba. «Money, money, money».

Por otro lado, está lo que ha aportado a firmas bien asentadas la tarea de diseñadores incorporados a ellas, a manera de vivificadora transfusión de sangre a un cuerpo debilitado. Así se ha reconocido la prolongada labor de Christophe Bailey, a punto de despedirse de la veterana Burberry a la que reanimó eficazmente a lo largo de 17 años. Más espectacular ha sido la distinción para Donatella Versace que asumió la espinosa carga de sacar adelante la firma tras la trágica muerte de su hermano Gianni. Lo ha conseguido, con nota, y también con golpes teatrales como el de reunir a las cinco top models de los 90 en un desfile que pasará a la historia. Bien visto ha sido el reconocimiento a Maria Grazia Chiuri, primera mujer al mando de Dior, que se marcó un tanto decisivo con sus camisetas feministas. Y para Stella McCartney se instituyó un premio nuevo: a la Innovación. Esa realmente es la palabra clave que resume las aspiraciones latentes en toda la empresa de moda: renovarse o languidecer, renovarse o morir.

Sin duda el caso más patente a este respecto es el de J. W. Anderson, galardonado doblemente: por su propia firma y por su trabajo en Loewe como mejor diseñador de accesorios. Anderson ha dado un giro sorprendente a la histórica marca española fundada en 1846 por Heinrich Loewe Rossberg. Un giro acentuado en la parte por la que ha sido premiado: los accesorios. Bolsos, pañuelos y echarpes de seda fueron el «niño mimado» de Loewe y mantenían su condición de objetos de culto. Pero corrían el riesgo de ser apetecidos solo por ciertos sectores del público, más apegado a tradicionales costumbres. Anderson ha introducido una revolución, un viento de audacia, diseñando modelos absolutamente rompedores, con la suficiente dosis de novedad y magnetismo como para atraer a un público joven con el que alimentar y reforzar la personalidad de una firma de brillante historial más que centenario, que ahora se muestra bien situada en el cauce de una nueva vida. Milagros de una varita mágica llamada renovación.

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