El reciente 60 aniversario de la última gran riada de València (1957-2017) no ha merecido ninguna nueva reflexión sobre sus consecuencias, que como es sabido, provocaron posteriormente un profundo cambio en la estructura de la ciudad «y su cintura», como así era calificada por el plan general de 1946.

Despertando de la autarquía e iniciando la etapa conocida como el desarrollismo español, la construcción/destrucción del territorio metropolitano se manifestó por el crecimiento indiscriminado del suelo urbano y de su inseparable agente urbanizador, las grandes infraestructuras: viarias, hidráulicas y energéticas.

La riada de 1957 puso en marcha la conocida como Solución Sur para la desviación del río Túria. Un proyecto que trastocó la planificación, obligando a modificar el plan urbanístico vigente para adaptarlo a esa nueva realidad. El nuevo canal de desviación del río, desde Quart hasta Pinedo (unos 10 kilómetros de longitud por 250 metros de ancho medio) suprimió la función fluvial del cauce histórico, privando a la ciudad de su río, y generó una brecha al sur que acabó provocando un cambio profundo en la comarca, arrebatando directamente, a la vez, unas 4.000 hanegadas de huerta productiva. De cómo se gestó la obra y sus expropiaciones (es fácil adivinar en qué condiciones políticas se llevó a cabo ese proceso) podrían dar testimonio las familias y vecinos de los afectados.

¿Era esa la solución más idónea, o estuvo precipitada por una comprensible presión local después de una tragedia de aquel calibre...? No es la primera vez que lo planteamos con el único objetivo de provocar un debate abierto, pero parece evidente que hoy sería difícil asumir, sin más, una solución de aquellas características.

Esa profunda barrera, acabó marginando al sur de la ciudad, aislando poblados y huertas, amenazando el espacio de la Devesa-Albufera y rompiendo, de manera brusca, toda la trama agrícola que encontró a su paso. A su vez, propició la urbanización de una enorme superficie de huerta que quedaba entre la ciudad y ese nuevo canal, por más que los autores del Plan Sur declaraban que uno de sus objetivos era precisamente evitar que se consumiera más suelo agrícola.Las nuevas autopistas programadas, y también la modificación de la red ferroviaria, dibujaron un esquema básico que ha tenido una amplia repercusión en las última cuatro décadas. Ningún plan posterior lo ha cuestionado, más allá de los retoques que afectaban a proyectos escandalosos. Al final, se consolidó la asimetría entre las dos partes de la ciudad, norte y sur y por extensión, también de la comarca. No hace falta explicar que fue la del Sur la gran perjudicada, ahí fueron a parar las infraestructuras e instalaciones que la ciudad no quería ni ver.

El Sur no descansa, y difícilmente se recuperará de aquella pesadilla, pues las agresiones no han cesado y las amenazas siguen vivas. Ahí tenemos el nuevo intento de reeditar la ZAL de La Punta, y otra en ciernes, como la ampliación de la V-31, más conocida como Pista de Silla, cuando todavía está vivo el conflicto con su homóloga por el norte, la V-21 o Pista de Puçol: si no quieres caldo, dos tazas.

Tanto en la celebración del 30 aniversario de la declaración del Parc Natural de l'Albufera (Botànic, noviembre de 2016) como en La Trobada de la València Sud (Castellar- L'Oliveral, mayo de este año) se puso de relieve que las amenazas al Parque y a los barrios del sur, tienen que ver con los proyectos ya citados, pero también con las expectativas que se pueden crear -atención a la revisión del Plan General que ahora se pone en marcha- con un nuevo repunte de la actividad urbanizadora y de las modernas infraestructuras.

Que todo ese proceso tiene damnificados pretéritos y presentes, se pudo ver en un emotivo acto que tuvo lugar el pasado día 30 para reclamar la paralización del nuevo envite de la ZAL portuaria. Un acto cargado de energía para pedir «al Norte», a las instituciones del cambio, una posición más acorde con los retos que el futuro nos muestra, evitando caer en la trampa del relato continuista de quienes nunca han entendido, entre otros asuntos que, como alguien dijo, el cambio climático lo cambia todo.

Seguro que los vecinos de La Torre, de Castellar, de l'Oliveral, del Forn d'Alcedo, de Pinedo, de La Punta, de Natzaret, suscribirían los versos de Benedetti a los que puso voz y música Serrat y que acaban así: «Pero aquí abajo, abajo/cerca de las raíces/es donde la memoria/ningún recuerdo omite/y hay quienes se desmueren/y hay quienes se desviven/y así entre todos logran/lo que era un imposible/que todo el mundo sepa/que el Sur, que el Sur también existe.