Hace unos cuantos siglos, los romanos pensaron que esta era una buena tierra para instalarse, precisamente en una isla que había formado el Turia antes de llegar al Mediterráneo. Dos ríos en uno, y la ciudad que nacía en medio. El brazo del Turia se secó dejándonos alguna toponimia como recuerdo (la calle de las Barcas), pero la riada del 57 hizo que el agua volviera a recorrer su historia y dibujara de nuevo, ahora con dramatismo, la isla que fue València.

El poder se asustó y pensó que a grandes males, grandes remedios. Por eso ideó una operación urbanística sin precedentes; con la especulación de por medio, decidió secar el río y construir otro. La ciudad volvía a estar entre dos cauces, un par de milenios después. Pero el poder también pensó que Madrid viviera de cara al mar, y proyectó una autopista en el viejo lecho. Ahora la ciudad estaría entre un río de asfalto y otro seco. Menos mal que la ciudadanía estuvo atenta y, con el sentido común a cuestas, venció a la maquinaria institucional y nació el jardín del Turia. Una joya para València conseguida por la gente.

Desde entonces, la ciudad se despierta cada día entre un río lleno, con gente en sus venas, y otro vacío, que espera un agua que no llega. Entre un río verde y un río seco que tiene miles y miles de metros cuadrados muertos, con sus muros enormes, pintados con las últimas noticias de los amores locales. No es fácil de entender. ¿Qué ciudad tendría una cicatriz de ese calibre y sin nada dentro? ¿Cómo no darle una función alternativa? Es, sin duda, un lugar de oportunidad, pero no lo vemos.

La ciudadanía tendrá que volver a buscar las pinturas de guerra en el cajón de la mesita de noche, e imaginar otro lema, algo así como «El cauce nuevo también es nuestro», para que la Administración comprenda que una ciudad moderna, comprometida con su gente, no puede tener hectáreas de suelo público abandonado, sucio, para recuerdo de lo que se entendía entonces como urbanismo; un erial longitudinal cuya única misión es esperar que algún día llegue el agua para darle sentido. Hay muchos usos compatibles con una hipotética riada, usos que, mientras tanto, puedan dar un servicio estupendo a la sufrida ciudadanía. Sería un proyecto hermoso, al servicio de la gente y la ciudad, otra vez, volvería a estar entre dos ríos de vida.