Opinión

Manuel Muñoz Ibáñez

De opas y de museos

El IVAM se halla en un momento difícil, pero no solo porque necesite una ampliación, o porque compita con los demás museos valencianos, sino porque inexorablemente lo hace con su propia historia. Una vez ya superada la etapa de la gestión inmediata precedente, el esperado retorno a su imagen vigorosa es una expectativa que no parece vislumbrarse.

Durante las últimas semanas los medios de comunicación han resaltado las opiniones de expertos y de gestores acerca de una posible intrusión del IVAM en el proyecto del MUVIM, que se ha planteado al margen de un estudio bien concebido sobre las necesidades ciudadanas, en cuyo enfoque también debía haberse incluido el Centre del Carme, como espacio propicio al arte moderno, incorporado al Consorci de Museus.

Tal y como se han desarrollado las cosas, lo que parece oportuno es que, mientras se alcanzan soluciones, no se atisbe por ninguna parte una aparente superioridad moral, porque la cultura es igualmente necesaria en todos sus niveles.

El IVAM se halla en un momento difícil, pero, no solo porque necesite una ampliación, o porque compita con los demás museos valencianos, sino porque inexorablemente lo hace con su propia historia. Una vez ya superada la etapa de la gestión inmediata precedente, el esperado retorno a su imagen vigorosa y sorprendente, es una expectativa que se aguarda, y que, transcurrido el tiempo, no parece vislumbrarse, ni siquiera después de que en poco tiempo se apruebe una legislación que regule cómo nombrar al director para después darle más autonomía, o se pretenda darle un adjetivo «nacional».

El importante incremento del montante para la adquisición de obra, la prevista exposición de Joan Miró, el interés por la pintura realizada por mujeres y la mediterraneidad como pretexto, lo dotarán de un cierto atractivo temporal, (como lo hará su nueva ley), pero difícilmente van a cambiar las cosas. Me explicaré: cuando se gestó el IVAM en 1989, no existía en España ningún museo de arte moderno, y su atrevida propuesta, en la que se incluía la colección del fondo de Julio González, supuso una positiva convulsión en el universo de las artes plásticas. En los años que siguieron, a través de la aportación de ingentes recursos económicos, fue presentando importantes exposiciones, conformando una dilatada y valiosa colección, y adquirido en muy poco tiempo un imponente prestigio entre los museos, los marchantes, y los críticos internacionales. Había cultura y pan para todos, pero, con el paso de los años, se abrieron nuevos centros importantes, y otros que, siéndolo menos, acometieron esfuerzos para, asimismo, presentar renovadas colecciones. Hoy en día, no hay ciudad destacada que se precie que no tenga un espacio ocupado por ámbitos contemporáneos, entretanto los galeristas se han esforzado en ofertar a los autores que, inevitablemente, se repiten.

A medida que el público ha incrementado exponencialmente sus viajes, que los ensayos sobre arte se consultan en las redes y que la crítica de arte ha ido dejando paso al imponente mercado como clarificador de las figuras destacables, el panorama de los espacios contemporáneos se ha normalizado desde supuestos distintos y el IVAM ha ido abandonando aquel lugar de privilegio, acrecentado porque, ni en sus paredes cuelga ningún Guernica, ni tiene un edificio singular como el de Frank Gehry, uno de los arquitectos más influyentes y atractivos.

Entretanto no disminuye su privativo interés, e incluso aumenta ligeramente el número de sus asistentes, el IVAM se irá distanciando en el ranking de los lugares referentes, desplazado por la inevitable competencia, y porque el afán del gran público ha cambiado, y en vez de atender a la coherencia de las colecciones o a las nuevas interrelaciones propuestas, se halla deslumbrado por las muestras de las obras estelares de los autores consagrados por la historia, y por las altas cotizaciones del mercado.

Es bien cierto que el número de visitantes no debe ser el parámetro en el que cuantificar el éxito o la coherencia, pero no podemos olvidar que el arte no está hecho para el arte, sino para la experiencia estética y el conocimiento de todos los ciudadanos, y su asistencia es un parámetro que en modo alguno podemos minimizar; tal vez por ello, procurar la creación de otros centros subsidiarios, pueda ser buscar el encuentro con una nueva excelencia que difunda la experiencia acumulada, de tal suerte que se pueda repartir.

Cuestiones que se deberán meditar, para, si es posible, mejorar, pero que parecerán domésticas en solo medio lustro, cuando abra sus puertas CaixaForum en el Ágora, y duplique al IVAM en número de visitantes durante solo el primer año, entretanto acapara los espacios culturales de los medios con centenares de programaciones sumamente interesantes.

Desde mi punto de vista, en la época de la eclosión burguesa de las fundaciones valencianas, gestionar el IVAM es hacerlo en el lugar más difícil, y no creo que, ni el incremento de sus presupuestos para la adquisición de obra, ni la apuntada ley, ni una absorción del MUVIM, además de proporcionarle desahogo, pudiesen cambiar esa peligrosa tendencia, por ser tan arduo retrotraerse al parangón con el pasado, como elaborar un futuro ni siquiera asimilable, en un mundo artístico tan competitivo y disperso.

Tal vez por eso, en vez de recambiarse en apariencias, en vez de haber hecho un ejercicio de street-art sobre los muros desnudos del solar del futuro jardín de las esculturas, (al uso de un Banksy nada comparable), en vez de proponer un nuevo sistema de funcionamiento para alargar el rédito y la espera; se haya perdido una oportunidad, contactando con la Fundación de la Caixa para que, en vez de trasladarse a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, ocupando un edificio como el Ágora, que en poco tiempo se convertirá en su emblema cultural, se hubiese propuesto que su centro se ubicara allí, en el espacio vacío de la supuesta ampliación aplazada sine die, instalando una construcción nueva y singular, asociándose con el museo para lanzar proyectos conjuntos y acordados. Para el IVAM hubiese sido un estímulo estabilizador mientras los patrocinios no llegan, dinamizando su imagen y sus propias colecciones; para la administración, una disminución de los recursos empleados; para el ciudadano, un ejercicio práctico que evitara la dispersión; y para el conjunto histórico, un referente que incrementara su identidad contemporánea y su atractivo.

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