El recién acabado 2017 ha sido sin duda el año en que las mujeres destacaron su lucha en las redes sociales. Bajo ese #MeToo englobamos muchas: contra el acoso sexual, laboral (especialmente visible el de las kellys), las violencias machistas de todo tipo, psicológicas y físicas de toda intensidad, las discriminaciones hasta en la nómina, siendo esto ya un movimiento de empoderamiento global imparable. Y sobre todo, que no estamos dispuestas a tragarnos las viejas excusas machistas, que tendrían que formar parte ya de un manual, del dejar pasar, de la tolerancia social, y hasta de complicidad, con que el agresor cuenta, sin apenas cuestionarlo hasta el punto de sobreprotegerlo más que a la propia víctima, de que éste excuse su maltrato desprestigiando a la víctima. Muchas cosas seguirán fallando y dándonos malas noticias con el paso de año, mientras no se entiendan los micromachismos como parte del maltrato y la antelasala de lo peor que vendrá después si no se actúa con carácter preventivo ante estos. Mientras no se entienda que hay que actuar hasta que se llegue al último estadio de la violencia y no se trate esto como un problema de salud pública, haya aún médicos que no actúen mientras sus pacientes les están dando claros síntomas, mientras sigan habiendo mujeres dándonos múltiples avisos de que algo está pasando y nadie, absolutamente nadie, actúe hasta que se llegue al peor de los extremos.

El tiempo de los muchos avisos y manifestaciones de que algo está pasando suele ser largo, en que se emiten muchas señales, un precioso tiempo en que el entorno, el sistema médico, asistencial, las autoridades a las que se recurre, pueden de sobra evaluar y actuar, y esto no se está haciendo porque no existe una profesionalización y porque sigue primando un concepto de violencia extrema, de no actuar hasta que ocurra algo peor, y así se explican los fatales desenlaces. Los fatales desenlaces no son más que el resultado de la ausencia de actuaciones preventivas, porque jamás se llega a este extremo de la noche a la mañana. Mientras la formación de agentes sociales, policiales, médicos, educativos, institucionales, está aún en un estado primitivo en Latinoamérica están sobre formados, en parte gracias a los fondos de la cooperación española. Sin saber identificar los patrones del maltrato, y mientras estos no se protocolicen de forma más obligatoria con todas las administraciones, seguiremos asistiendo a un baile de situaciones indeseables.

Las campañas gubernamentales y de los medios de comunicación están incidiendo mucho en el solo hecho de denunciar, como si eso fuera el culmen. Pero tras poner la denuncia es cuando más protección se necesita. Necesitamos un sistema que dé garantías a la denunciante, ya que durante el procedimiento penal es cuando queda más expuesta a lo peor, cuando el denunciado es capaz de llegar a hacer aún más daño al verse expuesto a la acción de la justicia. Y aquí es donde quiero introducir el elemento de la colateralidad, aún menos protocolizado, aún más olvidado. El denunciado suele utilizar al entorno familiar para hacer daño a la víctima, instrumentalizando a personas vulnerables con quienes la víctima tiene un especial vínculo afectivo para hacerle daño o chantajearla, en muchos casos para que acabe retirando la denuncia, al calor de cómo evoluciona su proceso penal. Estas personas vulnerables que son utilizadas de forma espuria por el agresor están aún más desprotegidas si cabe, pueden ser los hijos pero también las madres. Todo ello es resultado de la enorme falta de implicación de todos, desde el entorno familiar y social, hasta de las autoridades de proximidad, de la escasa formación y obligatoriedad con los protocolos.

El #MeToo ha llegado para quedarse, es incluso un movimiento de derechos de cuarta generación por emerger en el ciberespacio y aflorar discriminaciones no tratadas. No es la primera vez en la historia en que al despertar de las mujeres les acompaña el clamor de otros colectivos, como el de los homosexuales (que están ya asentando sus derechos en las sociedades occidentales), y en esta nueva oleada estamos viendo aflorar el de los transexuales, los del acoso escolar o los abusos a menores, los que más ocultos habían permanecido hasta ahora. Por el momento muchos colectivos están despertando y han decidido hacerlos públicos, visibles, con la ayuda de las redes sociales y el cada vez mayor compromiso de los medios de comunicación, que ofrecen una alternativa de denuncia, de lo que una conocida periodista me hablaba como «sororidad». Las mujeres, la infancia, los transexuales, seguirán dándonos clases magistrales mientras esperamos a que la arquitectura institucional introduzca, en toda su amplitud, los derechos expresados de cuarta generación y les dé la respuesta adecuada.