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De Jauja a Babia

Para una buena parte de los dirigentes políticos, económicos, y sociales, parece que caminemos de Jauja a Babia, sin darnos cuenta los ciudadanos de tan insólito tránsito. Unos pocos cenizos se empeñan en constatar hechos, deshacer hechizos, con escasa atención por parte de los responsables y gran desconocimiento del lado de las víctimas, ciudadanos y ciudadanas bien concretos. Los aguafiestas se empeñan en constatar que las libertades merman, que la recuperación económica acentúa la desigualdad, la productividad no crece, la precariedad laboral aumenta, el modelo territorial del Estado está quebrado sin alternativas, los ejes de prosperidad, sus eventos, constituyen la pesada losa sobre el presente y las generaciones venideras.

Es posible que algunos consideren que vivimos en Jauja, y que la inmensa mayoría esté en Babia. Forma parte del engaño colectivo a que estamos sometidos desde que la manipulación convirtió la mentira en fake, los hechos se convirtieron en alternative facts, más mentiras digeribles sobre todo si se repiten con la insistencia del ministro nazi.

La nueva derecha con perfume de Nenuco no puede ocultar el olor a sacristía y correaje, con la confirmación del exAzores, a la espera de la bendición de algún exIbex35. Atrás quedarán en la prolijidad del derecho procesal, la corrupción, los personajes, en libertad contemplando como el avaro de los cuentos la fortuna amasada. Pasar página, que como confesara un prominente representante de la derecha, «los políticos de hoy somos intercambiables, a diferencia de los antiguos, de antes y después de la Transición». Todo por València, todo por España, según convenga. El ideal del autoritarismo: «sin política».

Entretanto, la percha de seguridad para nuestra democracia y bienestar, la Unión Europea, hace aguas. El secuestro europeo por parte del pensamiento reaccionario, ha erosionado las bases del Estado del bienestar, de la prosperidad compartida, y la expansión del nacionalismo de los Estados amenaza la propia solidaridad, otro de los pilares básicos que explican los éxitos europeos de los últimos decenios.

La inacción, y la consiguiente irrelevancia de España en el ámbito europeo, llevan un lustro, con lo que no cabe aducir el conflicto catalán como causa. Europa está sometida a tensiones de identidad. Escocia, Ulster con el añadido de los efectos transfronterizos del brexit, Córcega, Cataluña; ahora mismo, el Südtirol con el gobierno ultra austríaco otorgando pasaporte a nacionales de un Estado miembro, Italia; ayer, Orban haciendo lo propio con magiares de Rumanía o Eslovaquia. Las medidas de fuerza por parte de los Estados-nación se revelan, cuando menos, ineficaces. Como los mismos mecanismos de presión institucional de la UE, tal la aplicación del artículo 7, en relación fundamental con el 2, del Tratado ante el drástico recorte a la independencia judicial en Polonia.

Se impone la reforma de la reforma, recuperar el espacio de la política ajustada a los valores de la democracia. Desde las instituciones europeas, a las más próximas, dentro de cada Estado, mientras éstos sean, como lo son, los miembros de pleno derecho de la UE. Los esfuerzos de convergencia territorial, a través de los Feder y otros fondos estructurales han permitido avances sustanciales en la creación de un marco adecuado para las infraestructuras y en la actividad económica. No han conseguido, ni tampoco acaso era su propósito inicial, crear las bases para la cohesión social, ni resolver antiguos problemas de identidad.

Esta última, con frecuencia, es el refugio social ante el avance inexorable de la globalidad. Ha ocurrido con la identidad religiosa, no solo en el caso del islam: el catolicismo irlandés constituye un ejemplo genuinamente europeo. Por lo común, lengua, cultural, dignidad o solidaridad grupal son manifestaciones menos violentas de la necesidad humana de tener referencias inmediatas, territoriales, ante la globalización de costumbres, dominio de una lengua, por ejemplo el inglés, frente a la propia. O la más simple afirmación de la diferencia en un mundo que tiende a la uniformidad en todos los órdenes vitales, desde la comunicación a las tecnologías o los productos y formas de consumo cotidiano.

La desmesura de la reacción ante estas y otras manifestaciones de la diferencia excede a cualquier análisis en España. El agotamiento del modelo territorial urdido en 1978 no supone menoscabo alguno para sus éxitos, sino la mera constatación de que ya no resulta eficiente en términos de solidaridad y de acomodo de las diferentes partes. Una primera constatación, como éxito, el País Valenciano: sin aquel modelo todavía seríamos provincias levantinas (si es que no se nos considera todavía como tales).

Claro está que el agotamiento exige una nueva ambición. De ahí que los intentos de fraguar una nueva financiación tropiecen con la piedra de la irreformable Constitución. En vez de abordar la reforma, el camino emprendido por PP, alternativa y cómplices, se inclina por nivelar hacia abajo, es decir re-centralizar el Estado, en una inútil vuelta atrás. La implosión catalana ha sido cebada por la intransigencia de unos y otros, y por la ineptitud, de manera singular por aquellos que gozando de mayor poder no dejan margen para el entendimiento.

Envueltos en banderas se ocultan las vergüenzas, de la corrupción a la precarización de ciudadanos y ciudadanas concretos, viejos, jóvenes, mujeres, enfermos, parados, emigrantes con títulos y refugiados desnudos. Sin resolver el problema que ocupa titulares de televisión o de los periódicos. Declarar abducidos a dos millones de conciudadanos no es el mejor remedio para una crisis cierta. Resulta aconsejable recuperar la iniciativa política, instar soluciones a las acciones emprendidas judicialmente: voces jurídicas autorizadas así lo avalan; o las policiales y administrativas, en manos del Gobierno. Gobierno y Govern capaces de gobernar, dialogar y pactar, incluso un referéndum. Todo parece indicar que la mayoría de los actores están más decididos a andar hacia la ciénaga, arrastrándonos con ellos en sus obcecaciones e incapacidades atizando el fuego ajeno.

O vuelta atrás con tics autoritarios, que tal como se atribuye a un antiguo secretario del PCE, «dictadura, ni la del proletariado». Escenarios peores los hay, solo cabe esperar que nadie los desee. Ni era Jauja, ni los ciudadanos estamos en Babia.

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