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Reyes Magos como Dios manda

Un año más, está aquí la festividad de los Reyes Magos. Y, como en años anteriores, algunos ayuntamientos han pensado que estaría bien comportarnos como si viviéramos en 2018, y no en 1948, a los efectos de preparar las cabalgatas de los Reyes Magos que recorren las ciudades españolas. Y, como siempre ocurre últimamente, también tenemos, fieles a su cita, a los biempensantes que quieren preservar la «tradición» contra viento y marea. Una tradición en la que los reyes son blancos, y con largas y pobladas barbas, con un manto de armiño. Bueno, dos de los reyes son blancos. El otro es negro, pero si es un blanco tiznado tampoco pasa nada. Lo importante, nos lo dejaron claro en años pasados, es que sean hombres.

Se trata de una polémica que se reproduce cada año, bien sea porque los reyes magos ataviados por los ayuntamientos de izquierdas no van vestidos con elegancia, bien porque hay reinas magas, bien porque en una cabalgata de barrio (Vallecas) una de las magas es una drag queen. Todas ellas son cuestiones que, al parecer, traumatizarán a los niños, tan acostumbrados ellos a disfrutar con los Reyes Magos de siempre, escoltados por las carrozas de empresas y organismos de todo tipo que les aconsejan consumir productos a precios muy, muy bajos, que eso seguro que no traumatiza a nadie. Y por eso, para evitar un trauma a los niños, surgen estas polémicas azuzadas desde los estratos más reaccionarios de la sociedad, aquellos que se indignan con todo y quieren que las cosas sean como siempre han sido (por «siempre» entiéndase «en los años cuarenta»). Ni se les pasa por la imaginación que sea bueno mostrar en este tipo de eventos que la sociedad de la que forman parte esos niños es libre y plural, y que los niños son mucho menos cerriles y frágiles para entender la diversidad que algunos de los adultos que defienden prohibir todo lo que no se ajusta a su visión de cómo debería ser una sociedad «como Dios manda».

Estas discusiones bizantinas parecen inocentes y marginales, pero no lo son: condicionan el debate público, y provocan que cuestiones que antaño no eran problemáticas ahora pasen a serlo. Hay que estar continuamente rebatiendo el último ultraje intolerante que se le ha ocurrido a los sectores más reaccionarios de la sociedad. Y no sólo rebatiendo; hay que prepararse para sus efectos, que pueden darse a muchos niveles. Una sociedad que busca reglamentar así el espacio público y genera polémicas a estos niveles no tardará en cercenar los límites de la libertad de expresión para conjurar peligros que generalmente no son sino la expresión libre de ideas y actitudes. Para entendernos: hoy tenemos polémica de las reinas magas y mañana a la Audiencia Nacional deteniendo a unos titiriteros que han puesto «Gora Alka-ETA» en un cartel.

Por desgracia, alentar lo que debería estar fuera de discusión tiene efectos peores. Desde hace tres años, València organiza una segunda cabalgata, que recoge el testigo de la cabalgata organizada en 1937, cuando la ciudad fue capital de la República, con tres reinas magas al frente. Una cabalgata que fue objeto de la polémica desde el principio, con todo tipo de insultos hacia las magas y de acusaciones al alcalde de alentar el «guerracivilismo» por resucitar tradiciones vinculadas con la etapa republicana (ya se sabe que la tradición sólo es buena si proviene del bando correcto). Y este año, al griterío se une algo mucho peor: la amenaza de que la extrema derecha se esté movilizando con el objetivo de boicotear esta cabalgata. Una extrema derecha envalentonada en los últimos meses, al hilo de los acontecimientos en Cataluña y de la percepción de que puede obrar con impunidad. Se empieza queriendo que las tradiciones vuelvan a ser como en 1940 y, si las autoridades democráticas no lo impiden, se acaba generando un ambiente... como el de 1940.

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