Hergé publicó ´El cetro de Ottokar´ en 1939, en un momento especialmente tenebroso porque la amenaza de una nueva guerra flotaba sobre toda Europa. Como prueba, el país vecino de la tranquila y alegre Syldavia era la siniestra Borduria del irascible coronel Spondz (años más tarde, en El asunto Tornasol, Borduria era un régimen totalitario controlado por la policía política al servicio del ubicuo mariscal Plekszy-Gladz). O sea que Borduria y Syldavia, países enemigos, eran una república totalitaria -medio nazi y medio soviética- frente a un pacífico reino constitucional. Eso era una lección de pensamiento político que sigue vigente ochenta años más tarde. Los críticos actuales de la monarquía deberían pararse a pensar que no ha habido una sola monarquía totalitaria en la historia, y por muy corruptas y clasistas e inoperantes que hayan sido, nunca han dado un Hitler o un Stalin o un Mao. O un mariscal Plekszy-Gladz, si vamos a eso.
Supongo que esa es la razón por la que muchos nos hemos hechos ciudadanos honorarios de Tabarnia, esa región que no existe pero que se han inventado algunos catalanes no independentistas para chinchar a sus conciudadanos partidarios de la independencia. Y es que Tabarnia es la región litoral de Tarragona y Barcelona en la que el independentismo no es mayoritario y que por eso mismo, según sus inventores, tendría derecho a independizarse del resto de Cataluña si ésta alguna vez alcanzase la independencia. Lo mejor de todo -y ahí está el genio tintiniano de quien se inventó Tabarnia- es que los argumentos con que se defiende la independencia de Tabarnia son los mismos que usan los independentistas que quieren separarse de España: si España es un país atrasado y subsidiado y autoritario poblado por catetos, razón por la cual muchos nacionalistas defienden la independencia catalana, los tabarneses -creo que se dice así- también quieren separarse de la Cataluña interior porque la consideran una comarca atrasada y subsidiada y autoritaria, y poblada además por tractoristas y palurdos muy poco cosmopolitas.
El argumento es estúpido -y racista-, pero también es irrebatible porque justamente es el más habitual entre los independentistas catalanes (yo, al menos, no he oído otro que tenga una mayor consistencia intelectual). Tabarnia es un disparate, claro que sí, pero por primera vez en estos cinco años de procés el constitucionalismo ha dado con una campaña publicitaria que está haciendo daño de verdad a los independentistas, ya que se burla muy astutamente de sus pretensiones al mismo tiempo que pone en evidencia sus argumentos clasistas y etnicistas. Además, la estrafalaria pretensión de crear un nuevo país dentro de otro demuestra lo peligroso que es cualquier intento de cambiar las fronteras ya existentes. En vez de solventar problemas, cada nuevo cambio de estatus político suele ocasionar un efecto dominó de agravios y de nuevas exigencias que son muy difíciles de satisfacer.
Lo asombroso del asunto de Tabarnia es que todo un Estado que cuenta con miles de millones de presupuestos públicos, dirigido por supuestas cabezas pensantes que también viven muy bien a costa de los presupuestos públicos, no ha sido capaz de encontrar en cinco años una fórmula eficaz para disuadir a los independentistas. Y han tenido que ser un puñado de tuiteros actuando por amor al arte los que han hallado el único método que hasta ahora ha demostrado ser eficaz. "Quien con él se roza, con él se pincha", decía el heroico lema de Syldavia. Y eso es lo que han hecho los taberneses al exigir también el derecho de autodeterminación. Y vaya si pincha, sí.