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Extraños silencios y olvidos

Se encuentran aún húmedas, sin secar del todo, las lágrimas derramadas y calientes, y también aún sin enfriarse por completo los actos, manifestaciones y movimientos en contra de las agresiones sexuales machistas que no cesan y que padecen a diario y a todas horas mujeres e incluso niñas y niños por parte de adultos maliciosos, dañinos y degenerados. Pero nadie sacó por fin a la luz la violencia, igual de brutal y asesina, aunque acallada, que sufren muchas lesbianas y gais a manos no solo de nazis callejeros, sino también de sus parejas debido, casi siempre, a una descontrolada celotipia de estas, causada por un aberrante sentido de la propiedad que las lleva a creer que son dueñas o propietarios de sus compañeras y compañeros.

Tales fueron los casos lastimosos de Enata, Crucita, Charín, Mabel, Dora, Luchi, Tina, Marga, Merche, Etel, que yo conozca, porque ignoro sin duda muchísimos más. A la primera, su tirana la controlaba de modo agobiante, no dejándola asistir a comidas de trabajo porque aborrecía a sus compañeras, de modo que, cuando descubrió que una de ellas la esperaba todas las mañanas en su coche para ir juntas al supermercado donde trabajaban, le dio una paliza morrocotuda, golpeándola con el atizador de la chimenea, y luego la metió en la bañera llena de agua fría y reenfriada con todos los cubitos de hielo de la nevera. La segunda tenía que mentir diciendo que iba a casa de su madre por no atreverse a confesar que se veía en una cafetería con Adela, amiga de la infancia, para charlar y recordar tiempos mejores, porque sabía que Mari Luz no la tragaba y no tenía ganas de escuchar sus gritos insultantes. Y las restantes soportaban una tiranía semejante, a base de insultos, empujones, tirones de pelo o de tener que irse a la cama castigadas sin cenar.

Y respecto al maltrato de hombres por sus parejas sé de dos episodios aterradores ocultados calladamente durante tres y cinco años infernales por ambas víctimas: Gad, de nombre bíblico, el de uno de los doce hijos del patriarca Jacob, y Jenaro, de origen latino, dedicado a Jano, el dios a quien se le consagró januarius, el primer mes del año. El maltratador del primero se llamaba Macrino, un santo mártir cristiano, con el que esa bestia torturadora y sádica tenía tanto en común como Mariano Rajoy Brey con Marco Tulio Cicerón, el prestigioso orador de Roma. Y según mi informante, le daba correazos con el cinturón en las nalgas, hasta que se cansaba y se quedaba satisfecho de dejarle los glúteos ensangrentados y desfallecido de dolor. Y también disfrutaba el feroz y salvaje Macrino tirándole a la cara la tortilla que él acababa de sacar de la sartén y que había hecho con todo mimo y amor para cenar los dos o gozaba riéndose malignamente, a carcajadas estrepitosas, al ver sus lágrimas causadas por el descubrimiento de que la ropa que había planchado con todo esmero estaba tirada en el suelo, esparcida y hecha un gurruño. El problema para Gad radicaba en que no podía dejarlo, pues el par de veces que se había marchado Macrino había ido en su busca y su llanto, sus súplicas de perdón, sus juramentos de que no volvería a suceder nada de lo ocurrido lo conmovieron y fue débil y, a los pocos días de su vuelta a la casa que compartían, se renovaron los castigos, los ultrajes de palabra y de obra. Pero afortunadamente Gad consiguió romper las cadenas de su esclavitud, recuperó la libertad y encontró a una pareja que lo ama, lo respeta y es su compañero, no su dueño.

En cuanto a Jenaro, tras un lustro entero soportando las salvajadas de Fausto, se murió de sida, contagiado por su opresor.

Y sí, es un espanto saber que existen parejas homosexuales, de mujeres y de hombres, a las que la mayoría de la gente suponen viviendo en un mundo aparte, idílico, amándose pese a la condena de muchos heterosexuales, sufren también el terrible mal clasista del más y más y más, consistente en que quien tiene más años, más cultura, más dinero, más vida social, se convierte en amo de su pareja, en el caso de gais, y en propietaria de la suya la lesbiana que la aventaja en edad, en ganancias, en amistades influyentes. En ambos casos el homosexual y la lesbiana padecen maltrato. Ella es tratada como un ser inferior, que debe obedecer a su señora ama y someterse a sus órdenes y caprichos y manejada como una muñeca de trapo. Y en las parejas de hombres sucede lo mismo, de manera que uno de los dos se erige en señorón y arrincona al otro, rebajándolo hasta el extremo de obligarle a que le lama el culo y los pies.

Es cierto que en estas parejas no hay muertes de mujeres ni de hombres, como ocurre en las heterosexuales, pero eso no les abre las puertas para el maltrato libre y diario a la más fuerte y al dominante.

A propósito de todo esto, recuerdo lo que escuché de pequeña a dos mujeres que estaban en la peluquería adonde me habían llevado para que me cortasen el flequillo. Hablaban de una tal Covita, que tenía quince años y estaba enamorada de una compañera de instituto y una mañana, durante el recreo, la llevó al final del patio y le dijo que la quería mucho, muchísimo, más que a nadie, pero la otra la escupió en la cara, la llamó asquerosa y echó a correr como si escapara de las garras del diablo. Me dio pena la niña enamorada, pero me asusté de mí misma cuando me dije que yo habría hecho lo mismo que la escupidora, porque mi amor era Arnaldo, el hijo de la portera, aunque padeciera síndrome de Down, porque era muy divertido, alegre, generoso y bueno de verdad. Se murió de una meningitis fulminante y lo lloré a escondidas durante muchas noches, hasta que me enamoré de Dickens leyendo Oliver Twist.

Espero y deseo que estas palabras mías sirvan de algo a quienes soportan en silencio maltrato de pareja, sean lesbianas o gais, y rompan las cadenas de la esclavitud y los vínculos de la servidumbre y recuperen el derecho a vivir como personas libres.

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