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Matías Vallés

Oprah y Gwyneth no son víctimas

La ceremonia de entrega de los Globos de Oro ha erigido un monumento a la hipocresía, que solo será superado en los Oscars de marzo. Por fijar este argumento desde la cronología, el ganador tres años atrás fue Kevin Spacey. Se necesita la escasa inteligencia de un actor consagrado, para admitir que ninguno de los presentes conocía los ejemplos de acoso que hoy han convertido en un proscrito al excelente intérprete del presidente Frank Underwood, en «House of Cards».

Sin salir de la Casa Blanca como escenario de ficción, Donald Trump es un acosador confeso. Sin embargo, ni la encendida Oprah Winfrey ni la inolvidable Gwyneth Paltrow de Shakespeare in love merecen la condición de víctimas. Simplemente, son multimillonarias, con unos privilegios por encima de cualquier etiqueta sexual o racial.

Hoy mismo, millones de mujeres en el planeta tiemblan ante la presión de un acosador, o de una pareja que se considera con derecho a golpearlas. Su drama, que interpela a todos los varones sin excepción, no tiene nada que ver con la ligereza de Salma Hayek. Al margen de su fortuna personal, la actriz está casada con François-Henri Pinault, heredero de unos 15 mil millones de euros. ¿Cuándo fue la última vez que la actriz mexicana embarcó en un vuelo comercial?

Las estrellas del cine no aprovechan su visibilidad para patrocinar causas justas, según predicaban con tozudez en la gala de los Globos de Oro. Al contrario, se cuelgan de causas justas para multiplicar su visibilidad, que a continuación les permite vender con igual arte una cerveza o un perfume.

En su honor, los actores han logrado ser más creíbles en la realidad que en la pantalla. Pese a ello, la movilización de Hollywood en contra de los crímenes de cariz sexual es más sospechosa que una campaña de derechos humanos patrocinada por la CIA. Una vez que se ha publicado la larga lista de mujeres acosadas salvajemente por Harvey Weinstein, debería contabilizarse el número de actores de cualquier sexo que le suplicaron un papel en alguna de sus películas, pese a saber de sobra que el tirano ejercitaba el derecho de pernada. Muchos de estos agraciados se encontraban el domingo por la noche en la ceremonia de entrega de los Globos de Oro en Beverly Hills, donde hasta la ubicación expide aromas delictivos.

El éxito de Hollywood no ha consistido en la falsa sensibilización sobre el acoso, favorecida por medios de comunicación que prefieren publicar una foto de Angelina a reivindicar a una víctima real. El triunfo de los magnates de la interpretación consiste en suprimir la tradicional barrera ideológica entre izquierda y derecha. Una mujer infravalorada en un mundo de predominio masculino, que cobra menos por su trabajo y que está más expuesta por tanto al maltrato, llora por lo mucho que han sufrido Gwyneth o Salma. En fin, The disaster artist es una gran película porque se burla precisamente de los actores.

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