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La receta para hacer una columna de éxito, existe. Es incluso sencilla. Basta con elegir una noticia de esas que generan una opinión unánime entre la ciudadanía y sostener lo contrario riñendo, de paso, a quienes se apuntan a la corriente general. El paradigma de esa fórmula para ganar notoriedad -y para que a uno le lleven a las tertulias de la televisión, de paso- fue Gustavo Bueno, el filósofo de altura que, al bajar al ruedo de las comidillas cotidianas, dio con un recurso genial. Se proclamaba partidario de la pena de muerte en aquellos años en los que sostener semejante cosa llevaba a que le considerasen a uno una especie de síntesis entre Adolf Hitler y Gengis Khan. Los tiempos han cambiado y el defender hoy la necesidad de la cadena perpetua ha dejado de ser la antesala del oprobio para convertirse en una opción que gana peso entre la ciudadanía. Y como la pena de muerte podría considerarse incluso un castigo más humano que el de la cárcel de por vida, tampoco sirve como bandera para lograr el privilegio de la provocación. Pero Gustavo Bueno, el proponente en sus textos filosóficos del cierre categorial, era por supuesto mucho más conocido por su defensa pública de las ejecuciones. Ni que decir tiene que los provocadores actuales por la vía de los insultos a gritos no le llegan ni a la altura del calcetín.

Triunfar como columnista es, pues, más difícil ahora que se ha abierto la veda de la originalidad surrealista hasta alcanzar la vertiente penal. Tendrá que pasar mucho tiempo antes de que alguien dé con una fórmula de postulación a la presidencia más sorprendente que la de la investidura a distancia. Pero en asuntos más pedestres queda sitio todavía para sostener lo contrario alcanzando, si no la fama, al menos algo de notoriedad. El mejor ejemplo acaba de producirse con la nevada tirando a abundante, pero tampoco excepcional, que dejó a miles de automovilistas atrapados en la autopista de pago que lleva desde Segovia y Ávila a Madrid. Los primeros comentarios insistieron en lo obvio, en que ni la concesionaria del peaje -la gran culpable- ni el Gobierno -por medio de los ministerios de Fomento y de Interior- habían sabido hacer frente a las inclemencias del tiempo provocando, con su incompetencia, el caos. Pero al cabo de un par de días salieron los columnistas con alma innovadora diciendo que la culpa era de los usuarios de la AP6 porque no iban preparados. No llevaban cadenas, vamos.

Cualquiera que crea que metiendo unas cadenas a bordo del coche se sale de situaciones como la de la víspera de Reyes en la sierra de Madrid es que jamás se ha visto en la necesidad de usarlas. Si España fuese un país centroeuropeo, llevaríamos puestos los neumáticos de invierno. Como no lo es, tenemos que confiar en cosas de sentido común al estilo de la exigencia de que las autopistas, en especial las de pago, tengan la calzada limpia de nieve. Y si la chapuza ajena nos lleva a quedarnos 24 horas atrapados, da tiempo para escribir una columna provocadora.

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