Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Espejito, espejito mágico

En alguna ocasión las mujeres -y en los últimos tiempos de metrosexualidad también los hombres- nos hemos sentido mal por la imagen de nosotras que nos devuelve el espejo. Que si una chicha por aquí, que si celulitis por allá, que si flacidez no sé dónde... Hemos caído en el engaño de comprar cremas que prometen milagros que no cumplen, de hacer dietas enfermizas o, en los casos más desesperados, de dejar de comer. ¿Y por qué? ¿Somos acaso unas desquiciadas que sacrificamos nuestra salud por llevar una treinta y seis de pantalón o lucir cintura de avispa? No, el problema no somos nosotras. El problema viene de atrás, de muy atrás, y se sigue repitiendo en todas las generaciones. Podemos culpar a Disney y a sus princesas perfectas o a Barbie. O podemos tomar conciencia de que no somos más que unas marionetas de las grandes empresas que han pervertido los cánones de belleza y que con continuos mensajes subliminales nos han llevado al redil que a ellas les interesa, mientras nuestra autoestima y nuestra salud se quedan por el camino como pasto para el ganado que vendrá detrás. Duro, ¿verdad? Esto hace que me pregunte: ¿qué es la belleza? ¿Una delgadez extrema, un noventa-sesenta-noventa-, las mujeres que pintaba Rubens? ¿Y en el caso de los hombres? ¿Ser un Bob Esponja? ¿Una figura geométrica? ¿Una tableta de chocolate?

La belleza es subjetiva, es la luz del alma, es una energía sutil que nos hemos olvidado de apreciar. Lo exterior es solo materia que envejece, caduca y muere. Y eso no lo podrán evitar cientos de horas de gimnasio ni dietas de arroz y pollo sancochado. Nos hemos convertido, poco a poco, en un mercadeo de cuerpos bellos y almas tristes. ¿Y cómo podemos solucionar esto? Pues hay recursos. El otro día contacté con una asociación para que les diera una charla a mis alumnos. Esta asociación, fundada en 1999, trabaja en el estudio y tratamiento de la anorexia y la bulimia, pero además da charlas en los colegios -o en cualquier colectivo que lo solicite- para concienciar y desmontar todos esos falsos mitos en los que hemos ido creyendo a lo largo de nuestra vida. Les dan herramientas a las familias, a los profesores y a los propios niños para que sepan identificar cuándo hay en su entorno alguien con un trastorno de la conducta alimentaria, que no consiste solo en dejar de comer o en vomitar después de ingerir cualquier alimento. Antes de que eso suceda hay otros indicadores que nos pueden poner en aviso: tristeza, baja autoestima, complejos.

Por eso he querido dedicar este artículo a organizaciones como Gull-Laségue, porque hay que enseñarle al mundo que existen personas, asociaciones o entidades que velan por nuestra salud cuando a nosotros nos flaquean las fuerzas. Que no estamos solos en este viaje en el que la vida nos pone a prueba miles de veces, y porque a lo mejor no eres tú, pero puede ser alguien de tu entorno el que un día, sin darse cuenta, se convierta en su peor enemigo, y por culpa de un anuncio de televisión o de revista, por un comentario hiriente o sarcástico sobre su físico, decida emprender un descenso a los infiernos, y si esto sucede, es bueno que sepan que hay quienes velan por ellos.

Compartir el artículo

stats