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Ropa interior

La cebolla, me cuenta un amigo sujeto a régimen, es poco apta para las dietas de adelgazamiento porque, sobre todo frita, tiene muchas calorías. Las espinacas, en cambio, son buenísimas para perder peso, pero producen ácido úrico. Estamos rodeados de peligros, o eso parece si uno se deja llevar por prescripciones penitenciales que son la cara laica de la Cuaresma (y la última vez nuestra Cuaresma duró, ojo, cuarenta años, en vez de cuarenta días: alegría, la vida no va a dejar de ser breve). Los consejos de salud alcanzan incluso a la ropa interior.

He leído por ahí que se recomienda dormir sin bragas ni calzoncillos (incluso aunque hayan cambiado de titular en el curso de algún juego erótico) porque acumulan humedades y flujos y favorecen la aparición de hongos y empeoran la calidad del esperma. Bueno, pese a la mala calidad de la semilla, hemos encontrado el modo de proliferar de forma muy desmedida, menos mal que no era buena. Por razones parecidas se desaconsejan los pantalones ceñidos y los tejanos pitillo: los genitales del varón iban mucho más sueltos y aireados en siglos de clámides, hábitos y túnicas (aunque sean esdrújulas, tampoco era para tanto).

Sigo pensando en la desnudez como la forma más gloriosa del cuerpo, aunque ahora me acuesto -tributo a la edad- con camiseta para prevenir resfriados. Los calzoncillos, de fibra natural, así se ahorrarán pruritos y reacciones alérgicas y tendrán sus preciados atributos literalmente entre algodones. Dormir sin ropa interior tiene sus inconvenientes: puede llamar una cartera o un repartidor de novedades editoriales tempranero. Y ya no llaman dos veces. El pijama me parece una prenda de menores, aunque el ecologismo lo ha reivindicado para ahorrar en la factura del gas y reducir la huella de carbono. La verdad es que con un pijama de esos que tienen felpa en su interior o conejitos y gatos estampados, se aleja a toda prisa hasta la más persistente ensoñación lujuriosa. Salvo que esas cosas te pongan, como a veces ocurre, porque ya se sabe como es el vicio: le cierras una ventana y abre cien rendijas.

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