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No me llames zorra

Se indigna mucho María Patiño, con la forma de indignarse que tiene ella, es decir, con los labios apretados, las cejas arqueadas para dibujar una mirada de furia que ni el furioso Donald Trump puede superar, cuando le dice a María Lapiedra que no la llame zorra por hacer su trabajo. Para los no iniciados, Lapiedra fue estrella del porno para adultos enganchados a las «guarreridas» -bendito Chiquito- y ahora es estrella de otro porno ocupando una silla de «Sálvame», una de las últimas salas X que aún quedan en este país. Junto a Gustavo González, periodista del mundo rosa, seminal y percudido, han vivido al margen de sus parejas y de su familia una historia de amor que ahora venden por entregas en Telecinco. Por lo pronto, para resumir, María Lapiedra, a la que siempre sacan como a una Lidia Lozano moqueando y lloriqueando, ha conseguido un contrato de colaboradora en la cama redonda que regenta Jorge Javier. Paréntesis. Ojo, Jorgeja. Que el listillo Carlos Sobera, ceja para aquí, ceja para allá, te está comiendo el terreno y ya acumula tantos encargos que acabarán poniéndole cama en los pasillos de la factoría porque no le dará tiempo de ir a su casa a cambiarse de calzoncillos, que entre «First dates», lo de los nenes de «Big Little Show», algunos especiales, y ahora «Volverte a ver», la eterna «Hay una carta para ti», don Carlos acaba comiéndote por patas. Cierro paréntesis. Vuelvo al enfado de Patiño, que aseguró que si hubiera sido al revés, o sea, llamar zorra a la otra, a la otrora estrella del porno, «se me hubiera machacado». Y lleva razón. Es como hacer sangre del árbol caído si llamamos inepto al inepto director general de la DGT, don Gregorio Serrano, capillita, taurino y rancio sevillano que lame el piso que pisa su mentor, Juan Ignacio Zoido, el de Interior, otro sevillano de capilla y hermandad, según escucho a Dani Mateo en «El intermedio». Serrano no tenía ni idea -ni puta idea, siendo justos- ni de carreteras ni de tráfico, y qué. Pero sabe cómo ponerse tieso y elegante ante un cristo ensartado y beber rebujitos y hasta dar unos pasos de sevillanas sin mariconadas. Rojo, llámame meapilas, pero en la DGT se vive como dios, le dirá el alto mando a Dani Mateo y a toda su casta.

Ana Rosa y Oprah

Es la versión menos agresiva, es decir, el dame pan y llámame tonto de toda la vida. Llámame imputada y dame prebendas, dice sin decir la senadora cartagenera del PP Pilar Barreiro, a la que el Tribunal Supremo abre causa por delitos de falsificación de documentos y fraude. Ella lo era todo como alcaldesa de Cartagena y mírala, en su silloncito de senadora tocándose el mango. Y tan feliz. «Las Campos» están en esa línea, llámame cateta y dame guita. Hacía tiempo que decadencia tan abultada no se veía en la tele viniendo de alguien que reinó como una de las grandes y hoy ahí está, hecha una madre coraje para sacar adelante a su parva, que si no fuera por la generala, a ver, a ver de qué. Yo creo, con la misma convicción que Jenaro Castro cree, «Informe semanal», La 1, que lo está haciendo bien con el PP, que Maritere Campos es consciente del ridículo que hacen en su programa, de la innecesaria exposición de una intimidad que no es tal sino que está sometida al albur de unos guionistas despiadados que las humillan por un puñado de euros. Llámame de todo pero mantén a mis nenas, y a mí misma, en ese candelabro del que, en otra situación, yo misma echaría la pota. Ay, la papada sebosa de Carmen Borrego rebanada por la faca del cirujano, ay, el perrito caliente y el chulo de mentira que acosaba a Terelu Campos, ay, la casita de la faraona con sus alfombras caras y sus dorados horteras. Ay, cuánto drama en ese chisporroteo tan mariquita de «Las Campos». Y ya puestos a reírnos hasta de la suegra, ¿se imaginan a Ana Rosa Quintana dispuesta a saltar del plató donde reina como una mari ilustrada a gobernarnos, imitando a Oprah Winfrey, que por mucho que haya desmentido que no quiere ser presidenta de EEUU el hecho de imaginar un mundo sin el Atila Trump despierta el entusiasmo planetario, igual que la nuestra despertaría los chascarrillos más crueles a pesar del rechazo a Rajoy, que actúa como el que dice llámame lelo, pero sigue votándome?

Y Celia, la loba

Llámame alucinado y dame más horas de la nave del misterio, dice Íker Jíménez sin poder contener la carcajada. O, volviendo a «Volverte a ver», lo de Sobera, llámame lo que quieras, incluso zorra, qué quieres que te diga, pero nómbrame reportero/a del programa. ¿Se imaginan a Rocío Jurado soñando a lo grande, como cuando cantaba, no cuando se ponía pava y cursi, que su hija Gloria Camila sería reportera sin pasar por universidad alguna? Pues lo ha conseguido. Gloria Camila, junto al terrible cuadro de nombres residuales nacidos en las perreras de la tele como Abraham García -uno de «Gandía Shore», formato que abochorna sin matices-, Sofía Cristo, otra hija de, absurda y desechable, y el valenciano Guillermo Martín, que pelea y pelea para alcanzar la fama, aunque sea mediocre, devaluada y pasajera, son los reporteros de «Volverte a ver». María Patiño decía no me llames zorra, que no me lo merezco. Hay gentecilla que ruega lo contrario. Llámame lo que quieras, aunque sea zorra, pero dame «argo». ¿Quién es Gloria Camila, leche? A mi casa llega la Gloria Camila esta o el Abraham ese con una carta en la mano preguntándome si quiero acudir al plató con Carlos Sobera y les doy un portazo que se les quita la tontería. Venga hombre, ya está bien. Vamos, Manolo, coño, no eres más tonto porque no te entrenas, le decía Celia Villalobos a su chófer. La loba de Málaga pide paso para hablar de pensiones en «Los desayunos de La 1», su casa. Que dice que hay pensionistas que llevan más tiempo cobrando que trabajando -la tipa se embolsa cerca de 6.000 euros al mes-. Seguro que usted sabe cómo llamarla. Le aseguro que yo también, pero me callo.

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