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La Marina se pone en marcha

En el último piso del edificio Veles e Vents que rememora los versos de Ausiàs March, seis elegantes mesas y una cocina abierta y de vanguardia dan cuenta del nuevo espacio de La Sucursal, el restaurante que se mudó del IVAM a este blanco poliedro, el único gran hito que ha quedado como herencia de la Copa del América y que flota como invertido y desplazándose ante el canal artificial de la dársena. Su autor, el arquitecto británico David Chipperfield, un minimalista sólido, no quiere saber nada del edificio. Se construyó deprisa y corriendo, bajo una contrata de precios reventados y hubo incluso que reparar alguna que otra chapuza al poco de inaugurarse. La cervecera Heineken, que ahora lo gestiona como centro cultural y de formación culinaria, ha tenido que invertir lo suyo para recomponer la funcionalidad de sus espacios.

Sentado en la nueva Sucursal la vista sobre la dársena y sobre los muelles de contenedores del puerto es extraordinaria. En ese preciso momento, cuatro remolcadores, supongo que de la naviera de Vicente Boluda, están maniobrando para atracar un enorme buque de contenedores en el muelle donde se alzan unas gigantescas grúas. La escena dura apenas un cuarto de hora y resulta espectacular, mientras aquella ballena metálica cargada desde la bodega hasta mucho más allá de su cubierta se aproxima pausadamente hacia el pantalán.

Eso es, justo, lo que soñaron en su día el arquitecto Jean Nouvel, el gran maestro de la sociología urbana, José Miguel Iribas, y el corajudo promotor Ignacio Jiménez de la Iglesia. Un puerto donde todos cupieran. Un espacio de actividad portuaria con iluminación nocturna, de recreo y ocio, de pescadores, de habitantes, oficinistas y comerciantes€ todos dotando de vida las 24 horas de la jornada al frente marítimo de la ciudad que vivía de espaldas al mar. Un puerto donde se cruzaran los últimos divertidos de la noche con el panadero madrugador, dándole continuidad de modo ininterrumpido. Siguiendo el modelo de Edimburgo, por ejemplo, donde cohabitan tiendas con restaurantes, escuelas y oficinas del gobierno autónomo escocés, un centro comercial y el monárquico Britannia, reconvertido en el segundo museo más visitado del Reino Unido.

Desde lo alto del Veles ya se vislumbra vida en la Marina de Valencia. Han colocado la gran cabeza con la pamela que la Fundación de Hortensia Herrero le ha adquirido a Manolo Valdés. Están adecuando el entorno a la pieza que mira hacia el mar, junto a la grúa histórica y los dos edificios rectangulares que sirven de sede a EDEM, la escuela de empresarios, y al vivero de emprendedores de la Lanzadera que promueve Juan Roig. Más acá, la antigua sede del Alinghi, todavía sin uso, el edificio neoclásico que utiliza Hacienda como depósito de fideicomisos, los de la Aduana y el Varadero que el Ayuntamiento todavía no sabe a qué lo dedicará; y los Docks, que también quiere rescatar la municipalidad a la espera de alguna ocurrencia del alcalde Joan Ribó o del concejal de Urbanismo, Vicent Sarrià.

Hacia el muelle norte, por donde circula el canal que se abre al mar, se han asentado las escuelas náuticas, el centro de vela y los atraques para yates y barcos de recreo. Hacia el interior de la dársena se levanta un circo, instalación temporal del espectáculo Raluy, de aspecto romántico, en vivo contraste con el aire racionalista que se respira en el área donde Bankia también ha apostado por la emprendeduría. A esta zona le llaman el cluster tecnológico, el hub de la Marina, pero entre el histórico muelle de Levante y los Tinglados modernistas vuelven las dudas y los vacíos. Los mismos Tinglados, el edificio del Reloj con sus mansardas afrancesadas, la histórica Escalera Real que ha reaparecido€ carecen de un claro destino. Y la antigua Estación Marítima que, a lo mejor, se convierte en€ hotel (2012), centro para cruceristas (2014) o un nuevo espacio para empresas emergentes (primavera de 2017)... Aunque los cruceros, y los viajeros de los ferrys de la compañía Baleària, siguen atracando en zonas con alta presencia de actividades molestas, como los depósitos de graneles. Muy cerca se alzan algunas antiguas naves de la Unión Naval, majestuosas, bajo el condominio actual de la naviera Boluda, y otras más, todavía en uso, como las de la calle del Ejército Español, muy cerca de la antigua estación ferroviaria del Grao, un monumento arquitectónico en estado de abandono. Esa estación acogió en 1852 la segunda línea de tren que hubo en España, tras la de Barcelona a Mataró.

Y entre todo ese conjunto, amplios espacios vacíos, huecos urbanos que dan cuenta de la separación que durante décadas padecieron la ciudad y su puerto: los solares camino de Nazaret, los del final del camino viejo del Grao, la amplia calle del ingeniero J.J. Domine que parece un desierto de asfalto, una cesura urbana terrible entre la urbe y el Mediterráneo. Una imagen general provisoria. Hacia allí, sin embargo, han decidido moverse otras dos universidades, privadas, y aún más acá Nouvel también pensó que el Cabanyal podría ser el nuevo barrio estudiantil de la ciudad, ya de cara al mar. El Cabanyal y su mito, todavía sin plan, con su oficina de gestión haciendo aguas, aguardando las ideas de dos buenos arquitectos veteranos, Luis Casado y Gerardo Roger.

Seguimos esperando aunque, por una vez, viendo el puerto desde lo alto del Veles e Vents ya parece que la Marina, por fin, se ha puesto en marcha. Que no se detenga.

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