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Avances del siglo XXI

Vivimos una época apasionante. En el campo tecnológico, hemos recorrido en cuestión de cincuenta años casi el mismo trayecto que hizo la especie humana desde las cavernas hasta el siglo XVIII: la cabecera de Big Bang Theory con un final prestissimo. Así, quienes hoy conviven con la domótica tal vez se criaran en una casa donde la calefacción se reducía a un vetusto brasero; ya les digo: apasionante. Un día sí y otro no, paladines de lo novedoso cantan las alabanzas de los mágicos ingenios que surgen, en teoría, para facilitarnos la vida... aunque sigo sin entender por qué en la cola del supermercado suele tardar más quien paga con tarjeta -«la conexión», dicen, resignadas las cajeras- que el comprador de siempre con su monedero en la mano; o por qué cuando en el banco «se cae el sistema» volvemos al caos primigenio, si antes, con un bolígrafo, hacíamos maravillas.

Acaso me lastre mi mentalidad pretecnológica, pues los susodichos paladines no ven sino ventajas. Varias veces he oído hablar del Internet de las cosas con euforia digna de la Marcha Radetzky, pero reconozco que sólo identifico un mensaje: pronto hablaremos con nuestra nevera, convertida en el mayordomo perfecto. Eso sí que me ilusiona: tener en casa un Jeeves; lo que todo lector de Wodehouse ha soñado alguna vez.

Uno de los ámbitos donde más se aprecia el cambio es el de los medios de transporte. Antes se daban situaciones novelescas: el joven laborioso y emprendedor emigraba a la otra punta del mundo y, labrada su fortuna, se casaba por poderes con una mujer que debía afrontar un largo viaje sola para reunirse con su esposo. Es el caso de Cuando ruge la marabunta, clásico de 1954 donde un Charlton Heston tan estatuario -y granítico de mentalidad- como siempre recibía en su plantación de cacao a la desconocida con que se había casado por poderes: la bella -y siempre un pelín insulsa- Eleanor Parker, de la que se enamoraba y a la que luego rechazaba porque, en palabras que han pasado a la historia del cine, no quería «un piano que ya había tocado otro». En nuestros días, su personaje buscaría esposa en un programa-concurso y todos lo veríamos por la televisión desde el sofá comiendo ganchitos.

Hay que abrirse al progreso: es imparable, y con nuestra cerrazón sólo conseguimos que los precursores paguen un alto precio por su clarividencia. Hace poco más de dos años, una concejal de un pueblo sevillano se mudó de domicilio y tuvo que renunciar a su acta porque el ayuntamiento no la dejaba asistir a los plenos por Skype, después de haberse negado previamente a pagarle los desplazamientos, que es lo que ella solicitaba en realidad. Porque, ¿qué más daba que ahora viviera en Chicago? Si me apuran, hoy se tarda menos en ir de Chicago a Sevilla que de barrio a barrio de la propia ciudad. Y pensar que hay quien se resiste a aceptar a un presidente de comunidad autónoma virtual...

¡Pero, hombre, por favor, que estamos en el siglo XXI! ¡Un poco más de amplitud de miras!

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