Cuando hace poco más de un año tuvo lugar la operación derribo del secretario general del PSOE, en medio de aquella extraña coyuntura en que las terminales del establishment, con conocidas complicidades internas, presionaban a favor de la gran coalición, la reacción de la militancia y los aparatos fue por barrios. En la Comunitat Valenciana se produjeron extraños alineamientos que aún hoy reverberan.

Los enfrentamientos entre la dirección de aquí y la de Madrid a cuenta de las candidaturas unitarias al Senado, la apuesta de Ximo Puig por primarias abiertas en las ciudades y alguna cosa más que Ferraz no entendía bien entonces, determinaron más de lo aconsejable los alineamientos resultantes. Con esa mochila a la espalda, la reacción al golpe contra Pedro Sánchez se produjo con una verdadera inversión de lógicas.

La primera inversión fue la del lermismo de Ximo Puig, más una cultura interna que un aparato. En vez de volcarse en quien prometía un entendimiento de la izquierda parecido al Pacte del Botànic, se inclinó por Susana Díaz, que representaba la opción de dejar gobernar al PP y exhibía una sensibilidad muy escasa acerca de la cuestión federal. El federalista Puig -escocido con Sánchez- se inclinó por la españolista Díaz.

La otra inversión tiene también claves personales: la amistad de José Luis Ábalos con Pedro Sánchez proviene de cuando éste era el candidato de orden de Susana frente a los radicales Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. El que mantuviera esa lealtad tras la destitución fulminante del secretario general dice mucho del concepto de amistad de Ábalos, pero también introduce una contradicción evidente, porque el Sánchez de la remontada es otro Sánchez, más a la izquierda, menos de aparatos y más federal. Ahí tenemos otra lógica invertida.

Los otros apoyos valencianos de Sánchez en su reconquista venían siendo ya de antes críticos, federales e izquierdosos, por lo que desde su propia inversión y venciendo algún escepticismo, tenían que competir con Ábalos como portadores de la nueva legitimidad sanchista. Una incomodidad que les impidió disfrutar de la victoria.

A esa doble o triple inversión se debe el que las cosas sean tan raras ahora en la Comunitat Valenciana. Esta es la comunidad que más apoyo dio a la revuelta sanchista y, también, es la que más confusión arrastra desde entonces. En otras comunidades no tienen a Ábalos tan cerca. En cada convocatoria interna (de país, de provincia, de comarca y ciudad) el sanchismo se va rompiendo en sus dos almas y la identificación de éste con el abalismo se disuelve más y más, como buen efecto óptico que siempre fue.

No todos los que apoyaron a Sánchez frente al establishment aprobaron el desafío a un Ximo Puig que gobierna en coalición, aunque lamentaran su inversión susanista. Conocían la clave familiar de ese desafío. Quienes se habían curtido defendiendo primarias abiertas y vinculación con los movimientos ciudadanos, aquellos colectivos como Volem i Podem, sectores de Izquierda Socialista, militantes críticos de toda condición habían visto cómo se armaba, una y otra vez, la férrea alianza de aparatos y familias contra cualquier propuesta de renovación. La misma alianza inmovilista que se alzó frente a Ana Noguera, Carmen Alborch, Pepe Reig, Manolo Mata o Ricardo Campos y que se habría levantado también contra Andrés Perelló, si fuera el caso.

Lo que siempre hubo en el fondo, y la inversión lógica logró disimular por un rato, es un choque de modelos de ciudad y de partido. Desde los tiempos en que esta ciudad perdió a su mejor alcalde, Ricard Pérez Casado, el PSPV ha carecido de políticas basadas en un modelo alternativo al del mercado. Los sectores críticos han señalado con insistencia, y con poco éxito, esta carencia y su correspondiente interno, el modelo de partido, que debería servir para perseguir aquel objetivo. Los aparatos de toda índole se especializaron en ganar batallas internas, eludiendo siempre la verdadera democratización del partido e instalándonos en una suerte de selección adversa de la dirigencia, y abandonaron la vinculación con los movimientos ciudadanos y con las políticas de transformación. El resultado es clamoroso: de 13 a 5 concejales en València. De partido mayoritario a cuarta fuerza municipal, especialmente en las dos últimas legislaturas.

Alguien más parece haber visto el problema. Aquellos sectores críticos descubren hoy, con sorpresa, que sus propuestas históricas, sus referentes personales, sus esperanzas de cambio están siendo mejor recogidas por la voluntad de apertura de Sandra Gómez que por la alternativa improvisada del abalismo con el único designio de preservar su capacidad de bloqueo local. Parece que Sandra comprende la necesidad que este partido tiene de escapar un poco de sí mismo e incorporar un conocimiento que se tenía oculto.

No, definitivamente, el movimiento de las bases que salvó al PSOE de la eterna subrogación a la derecha y repuso la legitimidad de Pedro Sánchez no tiene mucho que ver con ese juego de control territorial que juegan algunos. La anomalía valenciana significa que cuesta tiempo volver de una inversión lógica, pero que ha de hacerse. Los partidarios de Ábalos hacen bien en intentar capitalizar en exclusiva aquella pulsión de las bases, pero no pueden extrañarse de que todo un sector exigente de éstas no les siga en su intento. La gente se empeña en tener su propia lógica y a veces no la quiere invertida.