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Madeja de siglos

Con asombro veo a los dirigentes del procés desfilar ante los jueces con una fervoroso entusiasmo constitucional, con una aceptación no usada del artículo 155 y los límites de la Carta Magna. Lo asombroso no es que lo practiquen los reos -que pueden y deben usar cualquier triquiñuela con tal de no ir al trullo- sino que los magistrados acepten el procedimiento como válido. Nadie se imagina a los Panteras Negras declarando ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos que serán buenos y ayudarán a las dulces ancianitas blancas a cruzar la calle. Nadie vio al irlandés Gerry Adams en un homenaje al almirante Nelson. Ningún juez de Canadá dejaría de sonreír si los independentistas del Quebec cantaran a coro Dios salve a la reina.

Corresponde al periodista Pedro Vallín (apoyado en el analista Jorge Dioni) haber descubierto la vigencia, en nuestra sociedad tecnificada y consentidora (mucho más que liberal), del auto de fe, de la renuncia pública a Satanás, un mecanismo típico de la Contrarreforma, de Trento, recuperado parcialmente por algunos golpistas de los dos últimos siglos y, completamente, por el general Franco. «Y no olvidemos, dice Vallín, que no hubo ruptura con Franco, sino transición». Así es. Y tampoco les extrañe que los independentistas exijan «un sol poble», saben que hay más de uno pero persiguen nuestra conversión al catalanismo activo. Como buenos católicos, nos dicen: «¡Renuncia a Belcebú!».

En buena lógica, el uso libre de la palabra está cercado -no podía ser de otro modo- por un arsenal de disposiciones (ley de partidos, ley mordaza, normas de protección del «honor» de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y de persecución del «delito de odio» para que el atrevido sienta los abismos a sus pies, abismos de los que sólo le salvará, no la palabra recta, sino el arrepentimiento ante la casi segura violación de un terreno tan minado. ¿Pero no éramos una sociedad libre? Lo somos, lo queremos ser, pero antes de la Constitución ya existía un poder que nos sigue parasitando, un poder como una madeja de siglos.

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