À Punt ha comenzado a andar mucho más lento de lo que muchos desearíamos. En la Comunitat Valenciana venimos de una época tenebrosa en la que desaparecida Ràdio Televisió Valenciana -Canal 9 y Ràdio 9- se había convertido en una tele al servicio del partido en el Gobierno, como les sucede a otras, especialmente a TV3 en Catalunya. El cierre de RTVV fue lamentable, por cuanto supuso la pérdida de casi 2.000 puestos de trabajo y el hundimiento del sector audiovisual valenciano. Un error histórico del entonces presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, asfixiado económicamente como estaba el gobierno autonómico y ante la promesa, incumplida, de que tras el cierre de RTVV llegaría el de otras teles autonómicas. La nuestra, nacida el 9 de octubre de 1989, comenzó con una plantilla aceptable -aunque también el proceso de selección de personal fue mejorable- que fue incrementándose por parte del PP a partir de la llegada al poder de Eduardo Zaplana y, especialmente, Francisco Camps. No quiero abundar mucho en esa etapa, pero sí insistir en tres cuestiones: la lamentable manipulación; los gastos desmadrados, porque se contrató a muchísima más gente de la necesaria y porque hubo una época, como la de Tómbola, en la que se dilapidaban los recursos a espuertas; y el momento del cierre de RTVV, un hecho vergonzoso e injustificable.

Desde aquel 9 de octubre hasta el tristísimo cese de emisiones el 29 de noviembre de 2013 pasaron muchísimas cosas en RTVV, pero todos recordamos las últimas semanas y, especialmente, el último día de angustia en directo. Con la perspectiva del tiempo, siempre te causa sorpresa, sonrojo, lástima o asco la actitud de personas que sólo demostraron dignidad profesional cuando sabían que RTVV echaba el cierre, pero que callaron y fueron cómplices durante muchos años. Y después están la mayoría de profesionales, víctimas de todos los desmanes, que perdieron su trabajo, con trayectorias impecables.

Después de tanta oscuridad, un rayo de sol. El 9 de mayo de 2016 se vivía un día histórico en les Corts, especialmente para los que creemos en la importancia que tiene un medio de comunicación público audiovisual para vertebrar nuestro territorio y fomentar el uso social del valenciano. Esa jornada se aprobó la ley de creación de la Corporación Valenciana de Medios de Comunicación (CVMC). Gracias a que se optó por la fórmula del concurso público para elegir al director general, decidí dar el paso, junto a otros 19 profesionales. Estaba convencido de que mi currículum era el adecuado. No me equivocaba, puesto que en la valoración de méritos quedé el tercero. Pero el proceso nació viciado. Habiéndolo vivido desde dentro, con lo que sé, y por lo que se ha publicado -y lo que queda aún por saber y se sabrá- lo que hemos vivido no es un concurso público en igualdad de condiciones y oportunidades, sino que ha sido un tongo, un paripé.

Los rumores que apuntaban a que el cargo saldría de una terna de candidatos que veían con buenos ojos Compromís, PSPV y Podemos se cumplieron, aunque todos los partidos son cómplices al participar desde el principio en la elección de los miembros del Consell Rector, cuyo trabajo e independencia son más que cuestionables. Ha sido un proceso opaco, la baremación de la puntuación pormenorizada de los currículos y los proyectos se aprobó semanas después de tenerlos en su poder; cada consejero valoraba un solo trabajo y después hacía una exposición al resto. De esta manera, se da el caso de que Empar Marco -la tercera con peor currículum y cero puntos en liderazgo- quedó la primera ante la elevada puntuación que le otorgó a su proyecto un solo consejero, quien además incurría en incompatibilidad.

Si el proceso más importante nace viciado, ¿qué podemos esperar del resto? La Unió de Periodistes ha impugnado las bases de las bolsas temporales que prácticamente sólo permiten trabajar en À Punt a extrabajadores de RTVV. Es decir, que se rescata del ostracismo sólo a un puñado de ex y se impide trabajar a prácticamente nadie más. RTVV nunca debía haberse cerrado, pero À Punt nunca debería abrirse de esta manera, puesto que corremos el riesgo de repetir la misma historia. ¿Dónde están los intelectuales, los profesionales independientes, las voces críticas? ¿Por qué tanta gente calla ante un proceso que supone un nuevo fracaso colectivo? Comprendo la necesidad de muchas personas por encontrar un trabajo digno, pero si los pilares de la nueva RTVV no se basan en la igualdad, la profesionalidad y los méritos, À Punt se convertirá con el tiempo en otra Canal 9. Y lo volverán a pagar los trabajadores.