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Los años botánicos

Toros, tordos y topos

Unas declaraciones sobre los toros de la directora de À Punt Mèdia (más conocida como "À medias"), ha abierto la caja de Pandora.

Unas declaraciones recientes sobre los toros de la directora de À Punt Mèdia (más conocida como "À medias"), ha abierto de nuevo la caja de Pandora y, lo que es peor aún, la puerta de chiqueros. Y a mí, cómo no, me toca salir a torear ese embolado como mandan los cánones del arte de Cúchares: con una larga cambiada, una manoletina, una verónica o lo que me reclame el tendido de sol. Ya me perdonarán los antitaurinos de Pacma, El Roto y Manuel Vicent si en esta ocasión utilizo las metáforas que copio del Cossío, pero es que esta enciclopedia lo mismo vale para un roto que para un descosió. Y es que, después de leer cómo la señora se despachaba a gusto diciendo que en la futura tele nunca se retransmitirán corridas, no me queda más remedio que enfundarme la taleguilla, atarme los machos y pedir el cambio de tercio. Yo, Porteño Primero, con tal de rectificar esas opiniones tan bestias y animalistas de la ex corresponsal de TV-3 ("La Teva") me veo obligado a saltar al albero, tomar la alternativa, torear sin picadores, encerrarme con seis miuras seis, coger los trastos de matar, brindar la muerte de ese bisho, clavar el estoque, emplearme con el verduguillo, cortar las dos orejas y el rabo, dar la vuelta al ruedo y esperar a que la cuadrilla -por una generosa propina- me saque en hombros por la puerta grande. Créanme si les digo que nada me gustaría más que ponerme el mundo por montera, triunfar en Fallas y San Isidro y luego cortarme la coleta. Sin embargo ya ven, la miopía no me ha permitido ser matador profesional, ni mozo de espadas, ni siquiera monosabio, así que sólo espero la indulgencia de los críticos taurinos, siempre tan puristas, y la afisión en general, siempre tan sensible, y me comprendan. Va por ustedes.

Sobre los tordos creo contar con una posición algo distinta. A mí me gustaban en el arroz, sin que nunca me hubiera preguntado cómo llegaron a la cazuela ("pardal que vola..."), ignorante del calvario que atravesaban hasta caer en el plato. Se conoce que los zorzales son aves de paso, como las golondrinas, aunque los primeros regresan en octubre y las segundas en primavera y, claro, no gozan del prestigio de los versos de Bequer. Los pajaritos, como los jubilados nórdicos, huyen de los rigores del frío centroeuropeo y buscan el buen clima. No obstante, en el peor de los casos, a la altura de nuestra geografía, se encuentran con unos árboles frondosos donde las hembras los reclaman. La trampa ancestral, que nuestros paisanos les tenían preparada, consistía en unas ramas embadurnadas de liga pegajosa que, en contacto con las alas de las víctimas volátiles, impedía que éstas prosiguieran su vuelo transcontinental. La imitación del gorjeo corría a cargo de los tramperos más habilidosos, capaces de entablar largas conversaciones con los tordos hasta convencerlos de que bajaran para beberse un trago y echarse una oliva al buche. Por suerte, la responsable de nuestra Corporación de Radiotelevisión Valenciana no ha dicho ni media palabra sobre la conveniencia o la inconveniencia de emitir estas capturas ahora prohibidas por la gélida Unión Europea. De este modo, nada tengo que temer de los buenos paranyers, que todavía las practican con nocturnidad, otoñidad y alevosía. Y sin que los reporteros de Nacionalist Geografic los merodeen dándoles la brasa.

He dejado para el final el tema de los topos. Aunque el topo es muy audiovisual (sólo hay que visionar la película homónima) la periodista al frente de À Punt todavía no se ha pronunciado sobre su posible inclusión en prime time en la parrilla autonómica. Ya me gustaría a mí poder engancharme en nuestra cadena a series como Calderero, sastre, soldado y espía, Homeland, Anacleto, agente secreto... En todas hay que descubrir al topo, como ocurría en la pasada legislatura, cuando Alberto el Breve (el Homo antecesor) lo buscaba infructuosamente por todo el Palau de la Generalitat. Después, llegó el gobierno del jardín Botánico y no se volvió a escuchar nada de él. Y, claro está, los mal pensados comenzaron a maldecir que ese era un tipo que trabajaba para nosotros pasándonos bajo cuerda aquellas facturas. De modo que no voy a desmentir, ni tampoco a afirmar, que el funcionario fuera un infiltrado que trabajaba para la temible UGT-PV. Que rabien. Lo malo es que, ahora, sin la presencia de un topo como Dios manda, estas crónicas carecen del mínimo intríngulis que tanto agrada en las novelitas de Agatha Christie. El amanuense me asegura que el agente doble, en Los días del trencadís, pues obró como el macguffin en los filmes de sir Alfred Hitchcock, el verdadero motor de la acción y hasta de la reacción. Le indico alarmado, que me niego a convertirme en un Holmes, un Poirot o un 007, prefiero que los lectores se aburran antes que correr riesgos innecesarios. Además, ahora el palacio es "transparente" y "de cristal", y así a ver quién es el guapo que se pone a jugar al escondite. Pero el negro sigue erre que erre y, a falta de contar con un personaje enigmático, cree contar con un digno sustituto para Los años botánicos. Le pregunto: ¿Quién es?, ¿El Doctor Moriarty? ¿El Doctor No? ¡No!, responde: es la directora de la tele.

Que vivan todos los toros, los tordos y los topos, lo diga San Antonio o su porquet.

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