Sustanciándose las cosas sin otros accidentes que la elasticidad del tiempo judicial, llegué a pensar que ese subgénero de la corrupción, digo de la del PP/PPCV, estaba periodísticamente amortizado (digo amortizado, no prescrito ni suficientemente noticiado). Pero mira por dónde, hay cosas que te sacan de quicio y te animan (¡oé, oé, oé!) a darle otra vuelta a la tuerca del altra volta pum, Mariuetes.

En mi caso, ha sido la visión de Quinito Camps asomado al balcón (en un gesto muy Rita Barberá) y diciéndole a la grey de los periodistas que ahora bajaba con el jamón («sal al balcón, tira un jamón, mira que viene Quinito...»). Descendido a pie de calle o portalón, desde la planta noble de su despacho, en el que tan a gusto se encuentra el día que toca a la semana, el consejero jurídico anunció que no sólo no, sino que no sabía y que tampoco (ordenó). Todo sucedió con un fondo de macetones y, después de negar la mayor, la menor y la conclusión, al poco, ascendió escalera arriba y apagó la llum informativa, dejando al personal con la carxofa en la mano y unas ganas grandes de comer. ¿El resumen? Un contubernio: todos los investigados y todos los investigadores mienten. Así que estábamos equivocados: creíamos que no es que no supiera lo que se hacía, sino que no se hacía nada que no supiera, y, mira por dónde, nada de todo esto es cierto. Entre tanto, el proceso exculpatorio del personal aludido en general ha sufrido un ligero deslizamiento o corrimiento, según avanzan las pesquisas: empezaron con un «no es cierto» que, ante la evidencia de los hechos, se transformó en un «no sabíamos nada», aderezado con un «a mí que me registren» más un «el que la haga que la pague». Y ahora, en la presente fase, cuando están pagando algunos que la hicieron, mascullan a la defensiva, y como un solo hombre, que se trata de una «estrategia de la defensa». Dicen estrategia (arte o habilidad para dirigir un asunto), pero quieren que entendamos estratagema (ardid o fingimiento). Una de dos: o todo está muy patético, o yo estoy muy empático.

? En fin: una semana de mierda. Menos mal que decidí ir a ver Mulïer, de la Cia. Maduixa, magníficamente estupendas y que me gustaron mucho (de aquí a la luna) mucho (y volver); menos mal que Frances McDormand y Meryl Streep están que se salen de sus películas, con fuerza contundente y sutilidad matizada; menos mal que todavía me quedan por leer cien páginas de El hijo de todos, de Louise Erdrich. Yo qué sé: menos mal que puedo cenarme esta noche un par de huevos fritos.