Hace unos meses en Ca Revolta hablamos y defendimos la posibilidad, la necesidad, de hacer ciudad en la ciudad y con los materiales que la ciudad compartida nos ofrece. Calles, aceras, plazas, casas con habitantes aún vividas y otras abandonadas, cuando no ya derruidas. Así veíamos el Cabanyal al pasearlo desde Cap de França al Canyamelar. Un trozo de ciudad que quiere seguir siendo ella misma una vez renovada, renacida.

El Cabanyal no es un problema para el futuro desarrollo de Valencia. Es una gran oportunidad para completar y enriquecer toda la ciudad. Basta para ello saber leerlo, descubrir y explicar sus características más permanentes y valiosas, tanto físicas como sociales. Un trazado riguroso capaz de sostener un tejido rico en el que lo viejo y lo nuevo se complementan y vitalizan mutuamente. Unos vecinos que han construido sus sueños en este trozo entre la tierra y el mar y sueñan su futuro desde las mismas calles que pasean cada día. Un tejido social que da sentido a la fábrica urbana que lo alberga.

Y los vacíos. La bestial acometida del ayuntamiento presidido durante muchos años por Rita Barberá dejó un territorio bombardeado, lleno de cráteres, de vacíos físicos que se sumarían a la ruina y el abandono de otros muchos edificios debido a su vejez y, sobre todo, por el apetito inmobiliario dominante en las últimas décadas, que acabó contagiando a ricos y pobres.

Un doble proceso que al tiempo que destruía iba dejando unos huecos insertos en la trama urbana que da forma y vida a esta ciudad. Muchos de estos «solares» son públicos, propiedad del ayuntamiento, y ofrecen una ocasión, una exigencia, para desarrollar en ellos un programa de viviendas sociales (no camuflado bajo el nombre de viviendas de protección oficial). Viviendas preferentemente de alquiler que vengan a ocupar el sitio de las ya derribadas y enriquezcan social y físicamente este magnífico Cabanyal. Pueden venderse los solares u ofrecerlos como una concesión del derecho de superficie para la construcción por los privados de nuevos edificios para la residencia permanente o, en último caso, para alquileres con plazos dilatados que eviten los trapicheos propios del mercado inmobiliario residencial. Nuevas viviendas o nuevos locales para actividades productivas, artesanales y culturales enraizadas en el barrio.

Conozco y aplaudo que algo de esto, poco o mucho, se está haciendo por el actual ayuntamiento. Pero estas líneas no pretenden otra cosa que animar a los responsables municipales para profundizar, depurar y gestionar con equidad y eficacia este valioso patrimonio urbano.

¿Un plan especial para el Cabanyal? Sí, pero un plan incremental, matizado en cada trozo, asumiendo como base de su propuesta física la enorme riqueza de un parcelario que ha ido permaneciendo, como una constante estructural, desde la barraca marítima al bloque colectivo o la vivienda individual, con distintas alturas y profundidades. Puntuadas de vez en cuando por un gesto modernista.

Un plan que incluya no un catálogo ni unas ordenanzas uniformadoras, sino unos modos posibles de proyectar los nuevos edificios sobre la vieja y aún viva trama urbana. Un plan que incluya ejemplos tipológicos que sirvan más de insinuación, de guía para los promotores, constructores y proyectistas. Algo parecido a como lo hicieron en su tiempo los llamados «arquitectos-jefe» como Juan de Herrera en Madrid o Escoriaza en San Sebastián, guiando con sus dibujos la forma edificada del Ensanche recién estrenado.

Bueno sería para esta labor de guía, más que de mando, la presencia en el barrio de una oficina técnica pública que vaya explicando la nueva forma de construir, mostrando los ejemplos más atractivos y razonadamente rentables. Algo de esto se hizo en Santiago de Compostela siendo alcalde Xerardo Estévez.

Construir nuevos edificios (viviendas, locales, equipamientos...) que den respuesta a las necesidades y aspiraciones de los actuales habitantes y acojan nuevos vecinos que vengan a integrase de forma permanente, más que pasajera, en el barrio, en esta pequeña ciudad, parte viva y no solo recuerdo de una Valencia añorada.

No hay que tener miedo al nuevo vecino, venga de Hamburgo, de Lima o de Albacete, pero con la voluntad de ser uno más del vecindario, participando en la vida colectiva del Cabanyal. La tan temida gentrificación (palabra importada sin una traducción clara) es rechazable cuando produce una masiva expulsión de los habitantes actuales, incitados por una estrategia inmobiliaria que solo quiere apropiarse de las rentas de situación, de las infraestructuras ya existentes, para mayor beneficio de inversores y promotores. La pausada mezcla de autóctonos y foráneos, de tipos diversos de edificación, de actividades nuevas que vengan a completar y revitalizar en un largo proceso tanto la estructura física como el tejido social del Cabanyal, debe ser bien acogida. Lo nuevo que no anule a lo viejo, sino que lo haga más complejo y rico.