Cuando ha pasado un año del mandato del presidente Donald Trump, los medios de comunicación españoles insisten en el error de querer analizar la realidad de ese país desde nuestra óptica europeizante y de adoctrinadora ejemplaridad democrática, dando esa misma visión sesgada que culminó con la estrepitosa derrota del tándem Obama/Clinton.

La política allí tiene mucho de espectáculo. Lo es con Trump, pero también con la que podría postularse como futura adversaria, la multimillonaria presentadora y líder del cuestionado Time´s Up, Oprah Winfrey. El presidente norteamericano hace gala de un discurso provocador, y en muchas casos rayando lo primario, pero no nos engañemos, los estadounidenses no le votaron por eso.

Los aplastantes datos económicos, esos que pretendidamente se ocultan o pasan a un residual segundo plano, son los que avalan su gestión y los que le mantienen en la Casa Blanca. En este escaso tiempo, Trump ha situado el paro en el 4,1 %, el nivel más bajo en los últimos 17 años; se está creando más empleo que con Barack Obama; ha hecho la bajada de impuestos más importante de los últimos 30 años; y la confianza del consumidor está en su nivel más alto en 12 años. Podría decirse que está cumpliendo con su eslogan de «Make America great again».

Les guste o no a los analistas, esto se ha conseguido gracias a las políticas proteccionistas de la industria y economía norteamericana, y también, lanzando a sus ciudadanos un mensaje de ilusión y fuerza contra una clase política corrupta e institucionalizada en el poder. Por todo ello, es imposible comparar nuestras realidades, pero no podemos descartar el trasfondo de denuncia y firmeza que reivindicamos al proclamar «Hagamos una València grande, otra vez».

El establishment, la casta o los viejos partidos, son los distintos nombres con los que unos y otros denunciamos una clase política empobrecida, corrupta y donde la mediocridad es su carta de presentación.

Las próximas elecciones serán una auténtica lucha para desterrar definitivamente a un PP lastrado por la Gürtel, la financiación irregular y los cientos de casos de corrupción que inundan la Comunitat Valenciana después de más de 20 años con mayoría despótica, que los ha situado al borde del abismo y con la necesidad de reinventarse desde sus inicios.

Pero ante esa realidad, no podemos caer en la desesperanza de conformarnos con aquellos que, como Ciudadanos, hacen gala del discurso anti-identitario o anti-valencianista, quizás para contentar a su sede central de Barcelona, ensalzando un centrismo ideológico que les podría llevar a gobernar con el catalanismo del PSPV o Compromís. De igual forma, tampoco podemos caer nuevamente en el error de votar sólo guiados por el hastío contra la corruptela del PP. Eso nos ha llevado a un tripartito catalanista en la Generalitat y a un alcalde de València que se autoproclama republicano, catalanista y que no fue votado mayoritariamente.

Al margen de lo que llegue estos días por los medios de comunicación, y a pesar de Puig, Oltra, Ribó o Bonig, los valencianos y valencianas somos un pueblo que vale la pena, un pueblo que nos levantaremos de nuevo para reivindicarnos como la segunda capital de España en lo político, económico, cultural y social. Os animo, pues, a que entre todos «Hagamos una València grande, otra vez».