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Las hijas de Woody

Pensaba que Laura Gost y Jaume Carrió no se llevarían el Goya al mejor corto de animación por Woody&Woody. Lo auguraba porque, al margen de la calidad de su trabajo, el sujeto de su pequeño homenaje, Woody Allen, está en la picota por la acusación (reiterada) de su hija adoptiva, Dylan, de que fue víctima de abusos sexuales por parte del cineasta cuando era una niña. Ya lo había denunciado hace años, pero lo ha reiterado ahora porque nadie le hizo caso, aprovechando que el movimiento #MeToo ha puesto altavoz a los susurros de la industria del cine. Lo dice ella y lo ratifica el único hijo biológico del cineasta norteamericano, Ronan Farrow, quien no se cansa de lanzar piedras sobre el mito y sus pulsiones. Y sobre nosotros sus fans, que a fuerza de adorar sus películas y sus frases legendarias, hemos llegado a convencernos de que es normal y aceptable que un hombre se case con la hija adoptiva de su mujer, a la que ha criado, en cuanto ella alcanza la mayoría de edad. Perdonamos a nuestros ídolos lo que nos causaría cierta extrañeza en el vecino de enfrente. Por no llamarlo suspicacia, o directamente repulsión. Preferimos pensar que son turbios asuntos de familia derivados de divorcios horribles antes que contaminar nuestra filmografía favorita.

De manera que no deja de ser curioso que en la noche del cine español, cuando se sucedían los discursos feministas y los gestos en favor de la igualdad, una de las primeras voces galardonadas se alzase en defensa de Woddy Allen, «un genio» a pesar de todo lo que se cuenta de él de un tiempo a esta parte. A pesar de que su hija diga que es un degenerado que la agredió sexualmente cuando tenía 7 años. Toda esa turra con el sexismo en la gala interminable para acabar aplaudiendo a uno de los actuales demonios de Hollywood, junto con Harvey Weinstein y Kevin Spacey. Paradojas de la marca España. No es que pudiera esperarse otra cosa de una Academia del Cine que premia al cine rodado en inglés para no tener que encumbrar películas hechas en euskera o en catalán, cuyos directores tal vez no sufran los calvarios identitarios que ha exhibido Isabel Coixet. Una mujer, al menos.

De manera que reivindicamos las voces femeninas, menos aquellas que nos perturban y nos obligan a tomar partido de manera radical o incómoda. Si el talento de Allen le deja al margen de cualquier consideración sobre su comportamiento, lo mismo podría servir al resto de pederastas presuntos. Tal tipo daba dinero a niños a cambio de favores sexuales, pero es un electricista esmerado. Tal sacerdote sometía a tocamientos a los menores de su comunidad, pero cantaba los salmos con una voz melodiosa. Este acusado violó reiteradamente a su hijastra, pero los pacientes le consideran un genio de las endodoncias. Son atenuantes ridículos a los que, sin embargo, ni siquiera hace falta recurrir en algunos lugares. Por ejemplo, en diciembre un alemán de 50 años se libró de la cárcel en Mallorca a pesar de reconocer que había drogado a las amigas de su hija de doce años cuando se quedaban en su casa de Binissalem a pasar la noche, y que abusó sexualmente al menos de una de ellas. Condenado a tres años y medio, el tipo pidió perdón, pagó una multa y hará un cursillo de educación sexual, pues su abogado llegó a un acuerdo con la fiscalía y la acusación particular. Ni Roman Polanski lo tuvo tan fácil, oigan. El perdón resulta sospechosamente barato para los peces gordos, con la integridad de las niñas cotizando más bajo que un buen chiste de Woody Allen.

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