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Coser, cantar, y cocinar

Pues sí, lo recuerdo, lo recuerdo como si fuera ayer. Recuerdo a las vecinas de mi calle formar un grupo con sus bastidores, sus calcetines y bajeras para zurcir, echar la tarde en aquel callejón sombreado, o en el corral de alguna bajo la higuera y la parra, mientras la historia de amor y lágrimas de la radio ponía el punto de tensión en el melodrama que podías seguir echándote a andar calle abajo porque aquellas voces, aquellos gimoteos, y el timbre del narrador hacía unas audiencias planetarias. Todo el mundo escuchaba la radionovela. Y como las mujeres no han nacido para estarse quietas escuchaban la radio y cosían. Por entonces nadie sabía que existía una profesión llamada diseñador de moda, y como mucho, se hablaba de maniquíes, señoritas como juncos que a veces salían en las revistas que nunca llegaban al pueblo. Sobre esto recuerdo -estoy como Lolita, jurada de «Tu cara me suena», que al ser «tan vieja» siempre tiene batallitas que contar- que me dijo Pilar Bardem para el libro que me encargó la Primavera Cinematográfica de Lorca -Pilar Bardem, el compromiso de la coherencia, Universidad de Murcia, 2002- que antes que puta -hizo todas las del cine español- fue maniquí, y por casualidad. Para desfilar -en aquellos años no se desfilaba, se pasaba ropa en casas a las que iban señoras ricas- le dieron un consejo. Tú muy seria y con cara de asco mirando a la gorda sentada frente a ti como si pensaras, tiene dinero para comprarse el vestido que llevo puesto y yo no, pero yo tengo el tipo y ella no. Y es verdad, me decía Pilar una tarde de risas en la casa madrileña de su representante, José Marzilli, si te fijas en las maniquíes todas llevan cara de un asco insoportable. Algo así, si no asco sí imprimiendo una marcialidad chusquera, es lo que siento cuando escucho el juicio de un jurado de «Maestros de la costura», que llega a TVE como la versión de un «MasterChef» que ha cambiado la sal y la pimienta, el fogón y las esferificacciones, y las espumas y humos, por la seda, el tergal, y los patrones. Todo muy dramático, de mucho hipido y moco.

Sargentos chusqueros

No entiendo esos dramones, esos jurados con cara de acelga que gritan al aprendiz de costurero que lo que han hecho no tiene ni pies ni cabeza con la idéntica mala hostia que riñe a los aspirantes a chef el jurado Jordi Cruz, un muñeco diabólico, una especie de gremlin que pone firme a la niña y al niño, al famoso y al que no lo es. El jurado de este «Maestros de la costura» está formado por Lorenzo Caprile, costurero áulico que le sirve los trajes a Letizia Ortiz, María Escoté, que le vende su ropita a Miley Cirus, Paula Echevarría o Bibiana Fernández, y Alejandro Palomo, al que veo en los anuncios como creyéndose él mismo que es el niño terrible del mundo dedal, eso de mucha pose con cara adusta y muchas gotas de vinagre, y por eso parece que cada mañana se levanta con la necesidad y la promesa de epatar. Un repelente, que San Tergal me perdone si me equivoco, que seguro me equivocaré porque el programa empieza el lunes y ya me he olvidado de él. Aun así, aunque sólo sea por su presentadora, la eficaz Raquel Sánchez Silva, lo veré un poco. Resumamos. TVE clausuró hace unas semanas «MasterChef», fábrica de cocineros, el lunes pasado «Operación Triunfo», fábrica de, bueno, fábrica de voces para el cadalso de la música, y ahora abre los talleres de «Maestros de la costura», con doce aspirantes que se moverán por el plató haciendo patrones, diseñando ropa de alta costura y de ropa diaria, con todo tipo de tejidos y dejando muestras de su talento, que seguro que lo tienen. Toñi Prieto, directora de este tipo de formatos en La 1, lo tiene claro. En entretenimiento, ha dicho, estamos que nos salimos. La idea de ver la parte de atrás de esta industria quizá no sea tan descabellada, siempre que el jurado lo permita y no se resabie dejando claro que sus miembros son sargentos chusqueros del espectáculo con mucha dirección y guión detrás, con mucha cocina.

Granja caníbal

El caso del último «Sálvados», ´Stranger Pigs´, aunque con un guión y una dirección, como siempre, rozando el cielo de lo cinematográfico, de una belleza formal que contrastó con la porquería de sus protagonistas, gorrinos de matadero, es distinto. «Salvados» nos dio una visión de la industria cárnica de este país sin necesidad de pasarla por el horno, por la sartén, y ni siquiera por las brasas. Si «Maestros de la costura» trata de que la gente entienda qué ocurre antes de ver el monísimo vestido o el pantalón que te mola en el escaparate de la tienda, este diabólico «Salvados» nos mostró qué ocurre con la carne -vale más, se dijo en el reportaje, un cerdo colgado en la cadena de despiece que un simple trabajador-, antes de verla limpita, envasada, sonrosada y apetitosa, en el estante del supermercado. Y aterra lo que ocurre. El equipo entró en una granja murciana y fue como si entraras a la boca del infierno poblado de monstruos deformados. Su sola visión te ponía los pelos como leznas. Escuchar al segundón del consejero de Ganadería, en manos de Francisco Jódar, diciendo que su consejería no es responsable del trato que se les da a los cerdos en algunas granjas -hacinamiento, hernias, tumores, canibalismo- es de vergüenza. El programa te hace no ya vegetariano sino vegano al primer segundo. La madre que parió a Jordi Évole. Por los torreznos que me como, no te lo perdonaré jamás, Jordi Évole, jamás. No dejamos las zahúrdas quietas, así que les invito en la que hoza Milagros Jiménez. Tratando Risto Mejide la «posverdad» en «Chéster» la invitada dijo que Javier Sardá le dio de comer gracias a «Crónicas marcianas», donde se sintió, literal, como una cerda en un corral porque se trataba de ver quién era más zafio y cruel, y que «jamás haría algo así». Qué tipa. Mila hace ace lo mismo en Sálvame desde hace 9 temporadas. Los cerditos murcianos se devoran entre ellos cuando muere alguno, los de «Sálvame» lo hacen estando vivos. Y sin dejar de coser, cantar, y cocinar. O pregonar -¿en serio que Kiko Hernández ha cobrado 13.000 euros por el pregón de carnaval en Cartagena?-. Ay, señor, llévame pronto.

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